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El águila y el cóndor se encuentran en Trinidad
viernes, abril 17, 2009

Panamá, 17.abril.2009


El destino y el calendario –caprichosos— han querido que en el itinerario de viajes de Barack Obama figuraran antes las citas de glamour, lujo y autocelebración que las de miradas sospechosas, retórica complicada y situaciones incómodas. En su gira por Europa, Obama –como César en el Ponto—vino, vio y venció. Lo vimos encantar a la reina de Inglaterra, mediar entre Turquía y la Unión Europea, reinventar la OTAN, pronunciar un discurso “histórico” en la romántica Praga y cumplir su promesa de pronunciar un discurso en una capital musulmana, Ankara, en la que dijo que su país no estaba en guerra contra el Islam. El príncipe de Chicago sacó tiempo hasta para darse una vuelta por Irak a saludar a sus tropas.

Ahora, Obama sale a dar una vuelta por su patio trasero. El presidente norteamericano se enfrenta, desde hoy y hasta el domingo, a un auditorio muy distinto del que encaró en Europa. Sería injusto –y hasta cruel—buscar en Evo Morales o Michelle Bachelet la elegancia y el encanto de Nicolas Sarkozy o Carla Bruni. Sería iluso esperar el embrujo de la Praga de Kafka en la isla caribeña de Trinidad. Si bien se siente más cómodo entre las élites europeas, en los hoteles de Londres, París y Berlín, en la presencia de líderes de naciones poderosas e industrializadas, Obama preside una nación, Estados Unidos, que pertenece al continente americano y que, como el vecino rico de un barrio pobre, jamás ha terminado de sentirse a gusto entre las demás naciones del hemisferio.

La cumbre de Trinidad y Tobago tendrá un fuerte sabor a Cuba. La relación entre EEUU y la isla flotará sin duda en el ambiente, y algunos presidentes –Morales y Chávez— ya han anunciado que sacarán el tema a colación. El asunto está que arde: desde enero los líderes de medio continente han visitado la isla, y en la mega cumbre brasileña de diciembre, el presidente cubano Raúl Castro recibió un trato de estrella de Hollywood de parte de la gran mayoría de los mandatarios presentes. Curiosamente, ni Cuba es menos comunista ni EEUU menos capitalista, pero el estatus pseudo-paria de La Habana ante Washington es una piedra incómoda en el zapato latinoamericano: la isla revolucionaria no forma parte de la OEA, ni asistirá a la cumbre de Trinidad.

Obama lo sabe, y viaja preparado. Por lo pronto, se curó en salud levantando esta semana las restricciones de viajes y remesas a cubanoamericanos en EEUU. La reacción general, es cierto, ha sido de inconformidad, pero nadie se atreve a negar que es un paso positivo –aunque pequeño— en la dirección correcta. El tema central, el bloqueo, es harto más complicado. Nadie lo comenta, pero si Obama levantara mañana el “embargo”, Raúl Castro probablemente se vería obligado a sacar el ejército a las calles: el Estado cubano simple y sencillamente carece de la estructura para siquiera cobrar un impuesto, y ni hablar de sistemas bancarios o financieros. Más aún, los Castro saben perfectamente que el levantamiento repentino del embargo traería consecuencias –políticas y económicas-- incontrolables, y en la isla están acostumbrados a que pocas cosas escapen de su control.

La feroz presión latinoamericana hacia el acercamiento de ambas naciones responde al hartazgo de una región del mundo que cada día se gusta más a si misma. Cada vez que se mira al espejo, América Latina se ve más alta, más guapa, y está completando el primer y fundamental paso para ser realmente importante, que es creérselo. La cumbre de Brasil en diciembre –creada expresamente con la idea de que EEUU no forme parte de ella--, las recientes cumbres de Sudamérica y los países árabes, las iniciativas Sur-Sur y las vigorosas relaciones de muchos países de la región con China, Rusia o Irán son signos inequívocos de que un cambio irreversible está ocurriendo en el “patio trasero” americano.

Fuera del tema cubano, la crisis económica será un tema central. Dos propuestas económicas se encontrarán frente a frente, y Obama se sentará a la mesa por primera vez con los países que humillaron al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) de su predecesor Bush en la cumbre anterior de Mar del Plata en 2005. El presidente norteamericano compartirá auditorio con líderes como Chávez, Morales, Correa o Lugo, elegidos gracias a movimientos masivos que fueron consecuencia directa de las políticas neoliberales impulsadas por EEUU en la región. De alguna manera, podría ser apropiado decir que Obama tendrá que lidiar con los frutos de las desastrosas políticas económicas y el abandono sistemático del “patio trasero” por parte de sus predecesores. Mientras el Tío Sam buscaba la piedra filosofal en Irak y Afganistán, los vecinos pobres del barrio se organizaron, se hicieron fuertes, y crearon propuestas económicas alternativas, basadas en una retórica anti-imperialista y anti-neoliberal que ha sido una de las armas más poderosas de la nueva izquierda latinoamericana, y que seguramente aparecerá –y retumbará— en la cumbre trinitaria. Si en Europa pocos se atreven a discutir los modelos económicos estadounidenses, en la Cumbre de las Américas, Obama deberá navegar entre el ALBA, el MERCOSUR e incluso algunos países como Panamá y Colombia que suspiran por ver ratificados sus tratados de libre comercio con el gigante del norte.

Pero hay más temas en la mesa americana. La “guerra contra las drogas” ha dividido siempre al continente y es, para muchos, sinónimo de dominación estadounidense. Ningún país del “primer mundo” comparte una frontera tan grande con un país –y un continente—tercermundista como la que comparten EEUU y México. Ante la alarmante situación en la frontera del Río Grande, ambos países están iniciando una nueva era de cooperación, en la que Hillary Clinton ha reconocido la responsabilidad norteamericana en el problema y EEUU ha ofrecido apoyo militar. A pesar de que Obama viene de visitar a Calderón, se espera que el tema –sobre todo en lo concerniente al Plan Mérida y al posible traslado de la base de Manta a suelo colombiano—sea ampliamente debatido en la cumbre.

Dice una antigua profecía inca que en el génesis, el dios del Tiempo creó el Sol y la Luna, y junto con ellos surgieron el águila y el cóndor (América del Norte y del Sur) con tal empuje, que dio lugar a Centroamérica y las naciones que se expandieron, dividiéndose por los cuatro puntos cardinales. Según esta predicción, en algún momento en el tiempo estas naciones se volverán a unir desde los cuatro suyus (los cuatro lados del imperio inca) después de cumplir su ciclo de liberación. Viéndolas luchar, cada una con sus propios fantasmas, es muy probable que las naciones de nuestro continente aún no estén liberadas. Pero con Barack Obama, un águila de hermoso plumaje y apariencia benévola, pocos parecen dudar que las Américas están un poquito más cerca que con el halcón Bush. La cita promete. Chávez, ávido de probar –frente al más moderado Lula—su liderazgo del bloque latinoamericano, probablemente esté ensayando en el espejo ese cruce con Obama. Uribe quizás rece por el TPC y el Plan Colombia. Fernando Lugo, el ex obispo travieso, seguramente espere que el tema de su paternidad no sea la comidilla de la cumbre ni afecte su imagen ante sus colegas. Cada líder irá con expectativas y actitudes distintas al encuentro con el vecino rico y glamouroso del barrio. Pero hoy, en Trinidad y Tobago, se hará historia por otro motivo: por primera vez el cóndor mirará al águila a la cara.

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Los corsarios del siglo XXI: ¿terrorismo o defensa territorial?
lunes, abril 13, 2009

Panamá, 13.abril.2009

El reciente drama del portacontenedores estadounidense Maersk Alabama y el remolcador italiano Bucaneer han vuelto a centrar la atención mundial en el tema de la piratería en el Golfo de Adén. Los piratas somalíes llevan ya un tiempo en los titulares (fueron nominados por la revista Time y por este periódico como uno de los 'personajes' del 2008) no sólo por su singularidad –han revivido la piratería del parche en el ojo y la pata de palo varios siglos después— sino también por la ridiculez de las situaciones que se están dando con cada vez más frecuencia en las costas somalíes. Para muestra, un botón: los piratas mantuvieron al capitán del Alabama, Richard Phillips, secuestrado a bordo de un bote salvavidas (el Alabama y el resto de la tripulación llegaron el sábado a Mombasa, Kenia) mientras que el USS Bainbridge, un destructor de 9,200 toneladas y 155 metros de la Marina estadounidense, lo observaba impotente. Por si fuera poco, el sábado los medios reportaron que los piratas habían “repelido a tiros” a miembros de la Marina de EEUU que habían intentado acercarse para conversar con los captores. Finalmente, Phillips fue liberado ayer –luego de un operativo de los Navy SEALs en el que tres piratas murieron y el otro fue capturado—, pero el fenómeno de la piratería en Somalia amerita un análisis más profundo.

Desde que irrumpieron en la escena mundial, los medios han reportado las 'travesuras' de los corsarios somalíes centrándose casi exclusivamente en el aspecto gangsteril de estos actos y en los impresionantes rescates que exigen. Según un reporte del Washington Post, los piratas habrían recibido unos 150 millones de dólares en 2008 en materia de rescates y de acuerdo al Buró Marítimo Internacional actualmente unas 14 naves y cerca de 200 tripulantes están aún en su poder. En el aspecto monetario, algunos medios han llegado mucho más lejos: Bernd Debusmann, columnista de la agencia Reuters, demostró que la piratería es un negocio inmensamente lucrativo al estimar que el secuestro del tanquero saudí Sirius Star no pudo haber costado más de 25,000 dólares, cifra ridícula si la comparamos con los 25 millones de dólares que exigieron a Saudi Aramco, la compañía dueña del barco, por su rescate. Lo que pocos medios han hecho –y esto lastimosamente ya no sorprende— ha sido averiguar porqué lo hacen. Al ahondar en esta cuestión, las patas de palo, los parches en los ojos y los pericos en el hombro desaparecen: detrás de esta inverosímil historia hay un mayúsculo escándalo. Los corsarios somalíes tienen una extraordinaria historia que contar, y su parte de justicia que reclamar.

“No nos consideramos criminales”, le dijo el líder pirata Sugule Ali en una entrevista telefónica al New York Times, “consideramos criminales a los que pescan ilegalmente y arrojan sus desperdicios en nuestros mares. Véannos como una guardia costera”. Si bien la analogía pueda no ser la más apropiada, las declaraciones de Ali ponen de relieve un problema que nació hace casi dos décadas. En 1991, el gobierno somalí colapsó. Desde entonces, el país ha sido incapaz de formar un Gobierno, y es considerado el Estado más fracasado del planeta. Sus nueve millones de habitantes han tenido que luchar con el hambre y las guerras, unos 3.4 millones de somalíes dependen enteramente de la ayuda humanitaria y sólo en 2008 se repartieron 260 mil toneladas de comida. Evidentemente, el 'mundo occidental' le ha dado la espalda a un país (Somalia sólo ha vuelto a los titulares gracias a los piratas) que continúa siendo –quizás junto a la situación en la República Democrática del Congo—el drama más ignorado de nuestro tiempo.

Pero si bien el llamado 'occidente' ha actuado con indiferencia ante los problemas somalíes, otros aspectos de ese desastre sí que han llamado su atención. Poco después del colapso gubernamental, misteriosos barcos europeos comenzaron a aparecer en las costas somalíes, vertiendo sus desperdicios al agua. La población costera empezó a enfermar. Al principio fueron enfermedades de la piel, náuseas y bebés nacidos con malformaciones. Luego, y después del tsunami de 2005, cientos de barriles llenos de desperdicios vertidos al mar llegaron a la costa. La gente comenzó a sufrir de enfermedades causadas por radiación nuclear, y más de 300 personas murieron. Ahmedou Ould-Abdallah, enviado de la ONU a Somalia, le dijo al diario The Independent de Londres: “Alguien está vertiendo desechos nucleares aquí. También hay plomo y metales pesados como el cadmio y el mercurio”. La mayor parte de los investigadores creen que los desechos provienen de fábricas y hospitales en Europa, que se los pasan a la mafia italiana para que se 'deshaga' de ellos. A la mismo tiempo, otro tipo de barcos europeos han saqueado el recurso más preciado de las aguas somalíes: sus peces. Se calcula que unos 300 millones de dólares en atún, camarones y langosta son robados cada año por pescadores ilegales.

Es en este contexto en el que han aparecido los corsarios del siglo XXI. El secuestro de embarcaciones en las aguas territoriales somalíes –que es donde ocurren la mayor parte de los secuestros—es, en su esencia, una pobre manera de autoorganización y defensa de lo que legalmente pertenece a Somalia, y un particular intento de responder a un mundo occidental que, mientras ha dado la espalda al pueblo somalí, ha dejado que sus más oscuras fuerzas se aprovechen de la situación en el país más caótico del planeta. El portal somalí de noticias Wardheernews.com realizó recientemente una encuesta en que halló que que el 70% de los somalíes veían a la piratería como una forma –si bien cruda y primitiva— de defensa de sus aguas territoriales. A pesar de la ilegalidad internacional de la piratería, la mayor parte de los somalíes parecen estar de acuerdo en que es la única manera de proteger lo poco que queda del arrasado país.

El mismo sitio web, en un reciente editorial, hizo una interesante observación: los gobiernos regionales (en Somalia) están implícitamente apoyando la piratería. Los inmensos rescates pagados están de alguna manera beneficiando a los habitantes y autoridades del interior somalí, quienes a cambio brindan protección y ayuda a las milicias piratas. “¿Cómo, sino, puede explicarse que un desorganizado grupo de piratas pueda secuestrar un tanquero como el Sirius Star o un barco que cargaba tanques rusos T72?”, concluye el portal. Por supuesto, ninguna de estas cosas justifica el secuestro de embarcaciones y mucho menos de sus tripulantes. De igual manera, muchos (o pocos) de estos piratas son simples criminales y no pescadores “obligados” a ejercer la piratería. Pero, como pregunta el periodista y escritor inglés Johann Hari: “¿realmente esperábamos que los hambrientos somalíes chapotearan pasivamente en sus playas mientras las llenábamos de desechos tóxicos y nos llevábamos sus mejores recursos marinos para comerlos en nuestros restaurantes en Londres, París o Roma?”.

Los piratas del siglo XXI son sólo la punta del iceberg de la mega crisis que ha resultado del colapso del Estado somalí y de la actitud indiferente de la comunidad internacional. Sólo un Estado fracasado como Somalia puede producir un fenómeno semejante y, consecuentemente, la solución al problema está lejos de ser militar: cualquier esfuerzo que no esté directamente encaminado a restaurar el Estado somalí, a levantar su economía y a respetar sus recursos naturales está destinado a fracasar. “Lo que estamos viendo actualmente es la irrelevancia de la respuesta naval a la piratería”, dijo Peter Chalk, experto en seguridad marítima de la Corporación RAND, a la agencia IPS. “Atacar el problema de la piratería en el mar es atacarlo demasiado tarde”, continuó, “hay que lidiar con la raíz del problema, que está en tierra. Tendremos que lidiar tarde o temprano con ella”. La mayoría de los expertos coinciden en que la completa eliminación de la piratería pasa necesariamente por una solución integral que acabe con la anarquía del país africano. El ex embajador estadounidense en Etiopía y actual profesor de la Universidad George Washington, David Shinn, opinó que “no hay solución a este problema hasta que no haya una solución en Somalia. Desafortunadamente, eso no va a suceder de la noche a la mañana”. Por lo pronto, y mientras las palabras de Shinn se vuelven realidad, los corsarios del Adén seguirán ridiculizando a las potencias mundiales en las cálidas aguas del Cuerno de África, como los 'defensores' de un país olvidado y dejado a su suerte por el resto del mundo.

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Irán, Obama y la Revolución
viernes, abril 03, 2009

Panamá, 01.abril.2009

En la historia, aseguran los eruditos, ha habido tres grandes revoluciones. La primera, dicen, fue la Revolución Francesa, que acabó con la monarquía y trajo los principios de igualdad, libertad y fraternidad. Es cierto, la cabeza del Rey rodó, el terror reinó y Francia le hizo la guerra a todo el que se le puso por delante, pero la Francia de hoy, y el llamado 'mundo occidental', son un producto de la revolución de 1789.

En octubre de 1917 ocurrió la segunda de las grandes revoluciones. En Rusia, el partido bolchevique, liderado por un tal Vladimir Lenin, depuso al Gobierno Provisional de Petrogrado (la actual San Petersburgo) –que a su vez había depuesto al último zar, Nicolás II, en febrero de ese mismo año—y engendró lo que se convertiría en la Unión Soviética. Luego vendría Trotsky, Stalin, la II Guerra Mundial, los gulags y las purgas, pero la Revolución de Octubre cambió definitivamente la historia e inspiró cambios radicales –de Mao a Pol Pot, pasando por Fidel Castro-- a lo largo y ancho del mundo.

La tercera de las grandes revoluciones de la humanidad llegó a su clímax el primer día de febrero de 1979, cuando de la cabina de un avión de Air France se dejó ver la figura anciana de un clérigo islámico que regresaba tras 15 años de exilio. Mientras bajaba del avión, vestido de negro, y ayudado por un tripulante francés, miles de admiradores corearon su nombre: Ruhollah Musavi Jomeini. Ese día, Teherán se convirtió en el centro del universo. Se estima que unos cinco millones de iraníes –una de las multitudes más grandes de la historia-- colmaron las calles de la ciudad para ver al ayatolá Jomeini: el Sha, Mohamed Reza Pahlevi, era ya historia. Para el primer día de abril, un día como hoy hace 30 años, el país persa era oficialmente una república islámica. Irán –y ahora sabemos que el mundo entero—jamás volvería a ser igual.

La revolución iraní fue única por varias razones, principalmente porque careció de los elementos que suelen causar una revolución: derrotas bélicas, crisis financieras, rebeliones campesinas o ejércitos amotinados. Pero también lo fue porque produjo cambios profundos a una velocidad vertiginosa, fue extremadamente popular y reemplazó una antigua monarquía con una teocracia basada en el velayat-e faqih, o gobierno del más sabio (el líder supremo, cargo que desde la muerte de Jomeini en 1989 ostenta el ayatola Ali Jamenei). Su resultado, la primera república islámica de la historia, convirtió el fundamentalismo islámico en una fuerza política, de Marruecos a Malasia, y continúa, 30 años después, confundiendo y asustando a un mundo occidental cuyo entendimiento colectivo parece no terminar de procesar los eventos de la revolución iraní.

Quizás gran parte de la obstinación occidental –liderado, por supuesto, por Estados Unidos—hacia Irán provenga de la pésima manera como la inteligencia y el Gobierno estadounidense actuaron antes, durante y después de la revolución. La gran historia no contada es que, si ciertas personas hubieran tomado ciertas decisiones, la relación de Irán con EEUU y con el mundo 'occidental' no sería el desastre que es en la actualidad y, por supuesto, el régimen de los ayatolás no constituiría, a los ojos occidentales, la gran amenaza que creen que es.

Mirando en retrospectiva, Irán se encontraba en una profunda crisis mucho antes de la revolución: el Sha –que gobernaba el país desde 1941, a la edad de 21 años—era un hombre corrupto e indeciso, que soñaba con reconstruir el Imperio Persa y era cada vez más dependiente de la ayuda estadounidense, especialmente después de participar en el golpe de estado que derrocó a Mohamed Mossadegh en 1953. Para finales de los 70s, las calles de Teherán se estaban convirtiendo en un hervidero de frustración y miseria que tardaría poco en explotar. A pesar de todo esto, la revolución islámica se convirtió en un ejemplo textual de Estados Unidos mirando al Medio Oriente y viendo solo lo que quiere ver: el entonces presidente Jimmy Carter dijo, en su visita de Año Nuevo de 1977 a Teherán, que Irán era “una isla de estabilidad en una de las áreas más inestables del mundo”.

Pero lo más extraordinario no es que Irán haya experimentado la que sin duda ha sido la última gran revolución ideológica de la historia, sino el hecho de que los patrocinadores estadounidenses del Sha, que habían instalado en suelo iraní uno de los más grandes proyecto de la CIA, no se dieron cuenta de lo que estaba pasando hasta que pasó. Mientras un diplomático francés predijo la caída del Sha en 1976, y los israelíes empezaron a evacuar a sus ciudadanos en abril del 78, la embajada americana –en donde solo unos pocos oficiales hablaban persa y la mayoría del personal eran cristianos armenios y no musulmanes chíies, mayoría en Irán—insistía en que nada sucedía. En agosto, cuando las calles de Teherán hervían en protestas, el entonces director de la CIA, Stansfield Turner, le aseguró personalmente a Carter que el Sha era “más que capaz” de manejar la situación. Incluso en septiembre –con el país en un punto de no retorno—la inteligencia americana reportó que “esperamos que el Sha permanezca en el poder por los próximos diez años”.

Un hombre, sin embargo, no estaba de acuerdo. Era el embajador estadounidense en Irán, William Sullivan, que en noviembre de 1978 aconsejó a Carter establecer contactos con Jomeini, aún exiliado en París, dada la inminente caída del Sha. Y no fue el único. A finales de diciembre, el especialista en Irán del departamento de Estado aconsejó “estrechar nuestros lazos con los exiliados en París”. De manera increíble, este documento nunca llegó a los ojos de Carter. El responsable: Zbigniew Brzezinski, arduo defensor del Sha, que llegó al punto de excluir al experto de las reuniones al respecto. Un último intento fue hecho en los primeros días de 1979 para que el entonces embajador en Afganistán, Scott Elliott, volara a París a entrevistarse con Jomeini, pero Brzezinski volvió a imponerse, y Carter vetó el plan. Sullivan, furioso, se rebeló abiertamente contra Washington, y envió un profético telegrama que merece, para el historiador Dominic Sandbrook, ser escrito en futura tumba de Carter: “El presidente ha cometido un gran y quizás irremediable error al no mandar emisario a París a ver a Jomeini...No puedo entender la razón...El no actuar inmediatamente puede frustrar de manera permanente los intereses estadounidenses en Irán”. En noviembre de ese año tuvo lugar la famosa crisis de los rehenes, y la relación entre Irán y EEUU se fue al traste. Ocho años de guerra con Irak –en la que EEUU apoyó al entonces “hombre fuerte”, y más tarde “dictador”, iraquí Saddam Hussein-- y repetidas sanciones, aislamiento y violenta retórica de ambos lados terminaron de hundir lo que, de haber tomado Carter otras decisiones, pudo haber sido una relación distinta.

Hoy, la oportunidad de un acercamiento con Teherán parece más cerca que nunca, y está en manos de Obama y de Jamenei (que, a pesar de las bravuconadas habituales de Ahmadinejad, es quien realmente manda en Irán) el terminar con tres décadas de una enemistad que ha lastimado a ambos. De ambos líderes dependerá que las palabras de Sullivan dejen de ser profecía y que la inteligencia estadounidense no vuelva a patinar, como lo hizo en Vietnam y, más recientemente, en Irak. Para eso, se necesitará un poco más que mensajes felicitando el Año Nuevo persa e invitaciones a “abrir el puño”: los más de un millón de muertos y heridos de la guerra con Irak y la humillación y el aislamiento intencionado no se van a olvidar de esta manera. Por el contrario, EEUU también deberá “abrir” un poquito su puño y reconocer su responsabilidad en estas acciones. Deberá enfrentar el tema nuclear iraní sin inclinaciones hacia nadie, concretamente Israel. No hay pruebas de Irán esté enriqueciendo uranio a nivel armamentístico, el país persa no ha atacado a nadie en siglos, y se antoja absurdo creer que de fabricar una bomba atómica la lanzaría inmediatamente sobre un país que cuenta con, al menos, 200 armas similares. En última instancia, la decisión salomónica de forzar el desarme declarando el Medio Oriente como zona libre de armas nucleares (como lo son Latinoamérica y Asia Central) acabaría con el problema.

Pero hay más. Irán también juega un papel clave tanto en Afganistán como en Irak (que junto a sí mismo constituye el único país musulmán de mayoría chií), y todos los caminos que llevan al éxito norteamericano en cualquiera de las dos guerras pasa forzosamente por Teherán. Por otro lado, el gobierno conservador y populista de Ahmadinejad se alimenta de la hostilidad americana y de sus acciones en la región, pero hasta en este sentido los astros conspiran a favor de Obama: el sector reformista en Irán parece más unido que nunca (el ex presidente Jatamí retiró recientemente su candidatura al presentarse como candidato reformista el ex primer ministro Mir-Hossein Mussavi ) y tiene altas posibilidades de ganar las elecciones del 12 de junio próximo. Por lo pronto, y con la invitación de EEUU a Teherán a participar de la conferencia sobre Afganistán que se celebró ayer en La Haya, parece adivinarse que la administración Obama le empieza a dar a Irán el lugar que Carter y sus sucesores le negaron y, al hacerlo, bajaron una innecesaria cortina de misterio y desconfianza sobre el resultado de una de las grandes revoluciones de la humanidad.

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