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Crónicas Sudamericanas, 1ra parte: De Sao Paulo a La Paz
sábado, agosto 14, 2010


La Paz, 25.Julio.2010

Despierto con las primeras luces del amanecer. El bus en el que viajo acaba de entrar en Corumbá, en la frontera de Brasil con Bolivia. Por un segundo, me encuentro completamente desorientado. Veintiún horas atrás, estaba sentado en el mismo asiento, pero el bus recorría las calles de Sao Paulo, dispuesto a adentrarse en el corazón del gigante sudamericano.

En cuestión de minutos, el bus, que llevaba horas en silencio, se volvió un hervidero de actividad. Los niños empezaban a llorar, algunos se desperezaban y otros preparaban su equipaje y documentos para cruzar la frontera. El proceso fue increíblemente rápido. Salvo uno que otro boliviano que recibió una multa por quedarse más del tiempo permitido en Brasil (800 reales, unos 400 dólares, a pagarse si alguna vez vuelven), la mayoría sólo recibimos un sello en el pasaporte y una sonrisa forzada. Al cruzar la frontera, el proceso fue igual. Tuve la impresión de que podía haber estado entrando a Bolivia con kilos de drogas y hubiera recibido las mismas sonrisas forzadas.

Pero nada de lo que había experimentado en mi maratónico viaje ni al cruzar la frontera me había preparado para lo que faltaba. Aún estaba en Puerto Quijarro, e ignoraba que me quedaban más de 30 horas de viaje hasta llegar a mi destino más inmediato: La Paz.

Puerto Quijarro es quizás el pueblo más polvoriento de Bolivia. A falta de más información, asumiré que lo es. Sus calles de tierra, tiendas improvisadas, edificios en ruinas, y una enorme cantidad de perros vagabundos dan la impresión de que se está en un lugar olvidado por Dios, tal vez una especie de terapia de shock para el viajero, que no puede evitar recordar que acaba de entrar en uno de los países más pobres de América. “Sí, esto es Bolivia”, parece gritar todo en el pueblo. Un grito mudo, sí, pero increíblemente poderoso.

Tres horas, un almuerzo y mucho polvo después, estamos listos para partir hacia Santa Cruz. Me acompaña Siderlei, un skater-rapero oriundo de Sao Paulo que conocí en el bus. Siderlei lleva cuatro años viviendo en Lima, hacia donde se dirige, y ha hecho el viaje unas cuantas veces. Por consejo suyo, decidimos tomar el bus en vez del tren (conocido como 'tren de la muerte') por ser más barato y rápido. Además, Siderlei es definitivamente el único negro en Puerto Quijarro, y el único negro que vimos hasta que, emocionados, logramos ver otro en las calles de La Paz.

Pero no nos adelantemos. Apenas abordamos el bus, la diferencia de precio –y estándares—con Brasil nos explota en la cara. Los asientos son incomodísimos, y antes de partir ya tenemos dos o tres personas vendiendo cosas dentro del bus. Los altavoces suenan con música de José Luis Perales, ABBA y Nino Bravo. “He regresado en el tiempo”, pensé, impresión que se vio confirmada cuando, al ser cuestionado por la película prometida con la compra del pasaje, el chofer nos puso una reliquia mexicana de Alejandro Fernández llamada “Tu camino y el mío”. En el parabrisas del bus, un gran letrero rezaba “Del Olvido”. Imposible pensar en algo más apropiado.

Trivialidades aparte, el viaje a Santa Cruz, nada menos que 14 horas, es como meterse en la boca del lobo: la oscuridad total solo se ve eclipsada por el temblar del bus. Siderlei tenía razón, el viaje era más barato, y sin duda llegaríamos más rápido, pero ignoraba(mos) un pequeño detalle: gran parte de la carretera a Santa Cruz no está asfaltada, lo cual me hizo, increíblemente, arrepentirme de no haber viajado en un medio de transporte que lleva la palabra muerte en su nombre.

Después de una gélida llegada a Santa Cruz a las 5:30 a.m, a las ocho arrancábamos rumbo a Cochabamba. La salida, que debía haber tenido lugar a las 6:30, inició una costumbre de impuntualidad boliviana –que bien podría ser panameña—que sufro hasta hoy. Las nueve horas siguientes fueron muy parecidas al viaje anterior: un muchacho con ínfulas de orador intentando vender la 'pomada mágica 7 en 1', una procesión de gente vendiendo cosas que iban desde brochetas de carne hasta pastillas de ying-seng, todo aderezado con el sopor continuo de quien viaja interminables horas en un asiento de bus. Duermes, despiertas, duermes y despiertas de nuevo hasta que realmente no sabes lo que está sucediendo.

La parte realmente fascinante de Bolivia empezó camino de Cochabamba. A medida que subíamos al altiplano, el paisaje iba cambiando de manera increíble. Serpenteando por carreteras aterrorizantes (y con letreros que avisaban de “Zona Geológicamente Inestable” por el camino), fuimos experimentando un hermoso cambio de vegetación. El sol y el azul del cielo se mezclaban con la bruma y la cada vez menos abundante selva. La majestuosidad del paisaje contrastaba, a su vez, con la precariedad de las casas y todo lo relacionado con la actividad humana. Parece que el precio a pagar por habitar estas tierras es la pobreza más abrumadora.

A las dos de la mañana, y luego de un último viaje de ocho horas desde Cochabamba, llegábamos a La Paz. Vista desde arriba, la capital boliviana luce como un enjambre interminable de luces repartidas por las colinas que la rodean. “Deja que la veas de día”, me avisó Siderlei, “es como una favela gigante”. Y nuevamente, el rapero paulista tenía razón. La inmensa mayoría de los edificios de la ciudad están sin pintar, y el color ocre de sus ladrillos desnudos sobre las colinas da la impresión de estar en una versión agrandada de la Rocinha, la favela más grande de Rio de Janeiro. De nuevo, me pregunto si el celoso Illimani, con su hermosa cumbre nevada, evita que la ciudad siquiera se acerque a eclipsarlo en belleza.

Una vez dentro, la palabra es caos. La Paz es, con el permiso de muchas ciudades en la India y África, un monumento al desorden y a la desorganización. El tráfico es una cosa de locos, los buses paran y arrancan donde quieran, y la gente cruza las calles y camina entre los carros como si nada. Los semáforos se pueden contar con los dedos de la mano. A riesgo de que la descripción se asemeje mucho a la Ciudad de Panamá, aseguro que jamás había visto algo así. Un viaje en taxi por La Paz, que combina el despelote de la ciudad con su geografía llena de colinas, es una experiencia emocionante, recomendable a cualquiera que sepa apreciar la sutil belleza que habita en el caos más profundo.

Porque esa es la única manera de descubrir esta hermosa ciudad. Grandes dosis de curiosidad y mucha, mucha paciencia. Para muestra, un botón: intentando ir al Tiwanaku, perdí el bus para el que había comprado boleto porque el chofer decidió partir a las 10:50 en vez de a las 11. Una vez montado en el bus de las 12 (previo pago de un nuevo boleto), me encontré sentado junto a una viejita que viajaba al Desaguadero, en la frontera con Perú, para vender cuchillas de afeitar. Se llamaba Teresa Eva, y durante la hora y media que duró el viaje, la Sra. Teresa, evangélica ella, me ilustró acerca de los problemas de Bolivia y de la condición humana en general. Con ella aprendí, por ejemplo, que el único problema de Evo Morales es que no es “cristiano”; que la Coca-Cola hizo un pacto con el diablo “y Pepsi seguro que también”; que tengo que casarme con una cristiana, porque sino mi suegro “será Satanás”; que debo decirle a mi tía-abuela, que es monja, que se “salga de eso”, porque sino Dios me “reclamará cuando me muera”. Al bajarme en la entrada del Tiwanaku supe que jamás volvería a ver el mundo de la misma manera. Pero no terminaría allí: a la vuelta, estuvimos a punto de chocar contra otro bus. A mi lado, una vez más, viajaba una viejita, que empezó a ahuyentar al espíritu malvado que casi nos hace chocar. Acto seguido, para mi perplejidad, sacó una Biblia y empezó a leer del libro de los Corintios.

Por la noche nos encontramos con las celebraciones del 16 de julio, aniversario de La Paz. Las calles estaban abarrotadas de gente observando las bandas desfilar en la noche paceña. A la vez, y especialmente cerca de la Iglesia de San Francisco, puestos de comida y toda clase de bebidas animaban la fiesta, que seguiría hasta el amanecer.

Los eventos de un sólo día revelan una extraña, mística, fascinante combinación de lo que es La Paz, y Bolivia, quizá el país menos occidentalizado de América Latina, un lugar en donde el choque de trenes que supuso la invasión española produjo heridas que aún están lejos de sanar, en donde se ve con más claridad que nunca la lucha de pueblos ancestrales con un mundo cada vez más globalizado, más uniforme y más aburrido. Bolivia es un antídoto para todo eso. Una bofetada en la cara para el viajero, que se debate cada minuto entre las sensaciones que le produce la pobreza y el caos y las que le producen el carácter único de su gente, sus milenarias tradiciones y el paraíso que les rodea, con el que han vivido en armonía por miles de años.
posted by RicAngel @ 20:43  
3 Comments:
  • At 16 agosto, 2010 18:18, Anonymous LIL@ said…

    me mataste!!! esta buenisimo, me alegro te haya ido tann bien en tu travesia... esto es como el sr. de los anillos versión mejorada... te seguire leyendo!! esto es un éxito, felicidades por hacer tan bien lo q haces!! saludos dsd BcN!

     
  • At 20 diciembre, 2010 13:30, Anonymous Anónimo said…

    Hola que tal, un lindo relato de tu viaje. me encantó, si, todo lo que dices es verdad. pero olvidas decir que los bolivianos somos muy hospitalarios.

     
  • At 30 diciembre, 2012 17:15, Blogger Angelica said…

    Muy bueno el articulo y util para mis futuros viajes, este verano ya tambien arrancare en Brasil que pude conseguir unos Pasajes a rio de janeiro muy baratos y asi porder ir subiendo par ael norte y llegar a Bolivia, Peru y por ahi Colombia

     
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