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Svetlana Broz: La cara humana de la guerra
viernes, diciembre 31, 2010

Sarajevo, 14.Noviembre.2010

¿Qué se siente ser la nieta de Tito?, le pregunto, con una sonrisa en mi rostro. Svetlana Broz, acostumbrada a la pregunta, me mira fijamente antes de contestar: “mi abuelo fue un estadista muy famoso, por lo tanto tengo que ser muy cuidadosa y responsable con este apellido... no mancharlo de ninguna manera.”

Nacida y criada en Belgrado, de descendencia croata y radicada en Bosnia desde hace 10 años, Svetlana Broz representa gran parte de la Yugoslavia que fue y que ya nunca será. Svetlana –creo que estará de acuerdo en que la llame por su nombre—vino al mundo como la “niña de los ojos” del jefe del país: Josip Broz, Tito, que en vida fue uno de los estadistas más importantes del mundo y después de morir (1980) se ha convertido en poco menos que un titán, la leyenda inconmesurable de los Balcanes. Viéndola corretear, llorar y jugar, rodeada de lujo y seguridad, poco se habría imaginado Tito que la pequeña Svetlana atravesaría casi una década de guerras fratricidas entre eslovenos, croatas, serbios, bosniacos y kosovares.

Esa niña que tantas sonrisas debió arrancar al estadista yugoslavo, incluso en los momentos más tensos, estudiaría medicina y decidiría, en 1992, ir a Sarajevo a ayudar a los que hasta hace poco eran sus compatriotas. “Decidí ir a Bosnia como cardióloga al inicio de la guerra con la esperanza de ayudar al menos a un ser humano.”, recuerda. Pero lo que vería allí le cambiaría la vida. “Mis encuentros con gente de distintos grupos étnicos-nacionales me sorprendieron. La gente tenía una necesidad de contarme cómo habían sobrevivido gracias a alguien que no pertenecía a su grupo. Fue increíble... era el comienzo de la guerra y ya había gente con la necesidad de contarle al resto del mundo cómo habían seres humanos que permanecieron siendo seres humanos en esas circunstancias. Me inspiró a apartar mi equipo médico, agarrar una grabadora y empezar a buscar más de estas historias.”

Y así nació 'Buena gente en tiempos del mal'. Svetlana pasó los cuatro años siguientes recopilando testimonios de amistad, fraternidad y humanidad. En fin, de lo que nos hace humanos. Al final, reunió 90 testimonios, contados por miembros de los tres principales grupos étnicos de Bosnia y Hercegovina (BiH) --serbios, croatas y bosniacos--, con una clarividencia y un optimismo que ahora parecen providenciales. “Incluso entonces, yo sabía que la guerra iba a terminar en algún momento. Y pensé, y no me equivocaba, que éstas historias traerían esperanza para todos los que vivimos en la ex-Yugoslavia.”

Los testimonios recogidos por Svetlana son una ventana a una narrativa distinta y esperanzadora de una guerra, la bosnia, que dejó impresa una imagen de brutalidad en la retina del mundo. Pero la cardióloga-periodista no cree que esa imagen se corresponda con la realidad. “La guerra no fue producida por los habitantes de este país. Fue una guerra importada de fuera. BiH, ya como país independiente, fue atacada primero por Serbia y luego por Croacia. La gente que vivía aquí, que vivían mezclados los unos con los otros, no tenía ni idea de que iban a ir a la guerra, pero fueron forzados a luchar en los distintos ejércitos cuando el país fue atacado. Es por eso que puedes conocer tanta gente maravillosa que nunca quiso guerra... sólo fueron atrapados en ella y tuvieron que unirse a un bando.”

Bosnia y Hercegovina, situada en el corazón de la antigua Yugoslavia, era en sí una versión en miniatura del país. Antes de la guerra, era la única de las repúblicas yugoslavas en las que serbios (31%), croatas (17%) y bosniacos (43%) habían convivido históricamente sin grandes problemas. Al colapsar Yugoslavia, sus dos repúblicas más dominantes, Serbia y Croacia, comenzaron –a la vez que que se hacían la guerra—a planear la partición de BiH, iniciando una espiral de propaganda que polarizó a los habitantes del país a unirse a los distintos ejércitos. Los serbios-bosnios y bosnios-croatas se unieron a los ejércitos de sus “patrias”. En vista de esto, los bosniacos, aterrados ante la posibilidad de una partición que los dejaría siendo una minoría musulmana en Serbia o Croacia, se agruparon a defender su país. No sólo Yugoslavia había muerto, sino que la república que mejor representó su pluralidad era ahora una carnicería, el escenario de una de las orgías nacionalistas más aterradoras de la historia. Al final, el país sobrevivió, pero tuvo que ser partido en dos: un ente serbio (República Srpska) y una federación compartida para croatas y bosniacos (llamada igual que el país). Bosnia permaneció viva, pero su espíritu, esa pluralidad que la distinguió, había muerto quizá para siempre.

Quince años después, muchos ex-yugoslavos lamentan lo que ocurrió, y recuerdan con nostalgia la nación de Tito. El fenómeno ha sido bautizado 'Yugostalgia' o 'Yugonostalgia'. Svetlana, por supuesto, es una 'Yugonostálgica' de corazón. “Yo ya era bastante vieja cuando Yugoslavia fue asesinada, y este periodo de mi vida es algo de lo que guardo muchos recuerdos y a la vez tristeza. El mismo fenómeno se repite en cientos de miles de personas, algo que me entristece porque todas estas personas sueñan con sus vidas de hace 30 años, que eran mucho mejores de lo que son ahora. Es una lástima. Es algo en lo que tenemos que trabajar y cambiar, en el nombre de las futuras generaciones”.

Para Svetlana, su país fue “asesinado”. Y para ella, las dinámicas de ese asesinato siguen vivas aún. “Nuestro problema no es un problema entre las personas... es un problema entre los políticos. Por supuesto, la gente vota por esos políticos, pero es porque están constantemente intimidados por ellos. 'Si no votas por nosotros nos van a exterminar', es su mensaje. Y la gente tiene recuerdos de la guerra y repiten el error de votar por los mismos nacionalistas. La gente en BiH puede vivir en armonía, como lo hacían antes de la guerra. Tenemos que luchar contra los políticos que crean divisiones artificiales para satisfacer sus propios intereses”.

Hoy, Svetlana preside una ONG que intenta educar jóvenes por toda la ex-Yugoslavia en “coraje civil”, o la capacidad de resistir autoridades negativas. La que algún día fuera la alegría de Tito ahora da conferencias en las más prestigiosas universidades e institutos de EEUU y Europa, aunque todavía nadie la ha invitado a Latinoamérica. Su libro le ha dado la vuelta al mundo y ha sido traducido a seis idiomas (italiano, francés, inglés, checo y polaco). Las historias de 'Buena gente en tiempos del mal' muestran la grandeza del espíritu humano en tiempos de guerra. “Cada uno de esos testimonios lleva ese mensaje, de que hubo personas que, sin importar su raza, religion o nacionalidad, se comportaron como seres humanos, que resistieron, se opusieron, y desobedecieron a unas autoridades que los forzaban a considerar a otras personas como sus enemigos. Es un mensaje universal: siempre es posible tomar una decisión, independientemente de quienes sean los 'dioses' de la guerra. Y siempre tiene un costo. Éstas personas pagaron un precio. Algunos fueron incluso asesinado por sus compatriotas por resistir y no querer cometer atrocidades. Pero aún así, nos dan la esperanza de que todos podemos aprender de esos ejemplos, que todos podemos ser mejores sabiendo que éstas personas actuaron así”.

La situación política en Bosnia no invita al optimismo. La república Srpska amenaza constantemente con unirse a Serbia. En la Federación las cosas están aún peores. La burocracia es insostenible, no hay confianza entre bosniacos y croatas, e inclusive éstos últimos consideran separar su pedazo del país (que, técnicamente, sería la parte de 'Hercegovina'). Estados Unidos y la Unión Europea temen que si se descuidan en sus esfuerzos diplomáticos, la situación pueda volverse insostenible y la violencia vuelva. Pero, quizá, como dice Svetlana, sólo sea cosa de políticos. “En BiH y la región balcánica en general, tenemos muchos autoridades negativas. Nuestro desafío es proveer algún día una masa crítica y responsable de jóvenes que cambiarán la realidad de este país de una manera positiva”.


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Salar de Uyuni: el placer de perderse en la nada



San Pedro de Atacama, 5.Septiembre.2010

Mentiría si digo que dormí. Mentiría también si digo que pasé las nueve horas en blanco. ¿Qué hice, entonces? Pues lo que llevaba haciendo hace ya casi un mes: rebotar hasta el adormecimiento, revolverme en el incómodo asiento hasta lograr el hartazgo de mi propio cuerpo. Inducirlo despiadadamente a conformarse. Lo logré, al final, pero debo aceptar que el viaje de La Paz a Uyuni fue especialmente salvaje. Y no fue porque más de la mitad del viaje fue como atravesar un campo minado. No, a eso ya se había acostumbrado mi malogrado tren inferior.

Reconozco que había escuchado hablar del frío en Uyuni, pero no estaba ni de cerca preparado para lo que se me venía encima. Unas dos horas antes de llegar, a eso de las cinco de la mañana, las ventanas ya estaban congeladas. La gente tiritaba en el bus, que seguía rebotando de piedra en piedra. Cuando descendí del bus, sentí que estaba en un lugar inviable para la existencia humana. “¿Quién #$%& vive aquí?”, le pregunté a Sofía, mi compañera portuguesa, mientras recogíamos nuestras congeladas mochilas. Pero la cosa sólo había hecho comenzar: teníamos cuatro horas para tomar un baño, comer algo e iniciar un tour en el que atravesaríamos el lugar más frío, solitario, inhóspito, increíble, maravilloso, especial, sobrecogedor, divino y sublime que he visto en mi vida. Sí, el Salar de Uyuni es todas esas cosas y más.

Después de una ducha caliente –la primera en 48 horas--, iniciábamos la travesía visitando un lugar llamado “el cementerio de trenes”. Nuestro grupo estaba formado por dos 4x4s conducidos por Walter y Andrés, dos guías expertos en la región. En ese momento no reparamos en ello, pero una mirada más atenta a los carros nos hubiera revelado la clase de viaje que se nos avecinaba. Dos tanques de gasolina encima de cada uno, llantas con marcas de mucho maltrato, y en general el aspecto de un veterano de mil batallas. Si los carros fueran soldados, habrían sido las parte de las legiones de Alejandro Magno.

Pero volvamos al dichoso cementerio, que no es más que un un montón de hierros oxidados, esqueletos de trenes que alguna vez funcionaron y que a algún boliviano avispado se le ocurrió transformar en pseudo-atracción turística. Encima, pedazos de basura y bolsas plásticas se enredan en las ramitas que salen del árido suelo. El paisaje en conjunto era desolador, y por los próximos kilómetros, si bien no vimos más trenes ni basura –aunque si un flamingo moribundo—, el viento, el polvo y la desesperación que transmitía el lugar podría haberme hecho jurar que me encontraba en la Oklahoma de 1936, en medio Dust Bowl estadounidense.

Pero no duró mucho mi mente en Oklahoma, porque la nada me golpeó tan repentinamente que tardé en salir de mi aturdimiento. La nada... ¿cuántas veces hemos tenido el placer de estar en su presencia? Los seres humanos vivimos nuestras vidas en espacios limitados, definidos. Carreteras, caminos, pasillos, casas, oficinas, carros... siempre sabemos donde está el final de una cosa, y el principio de la otra. Ignoro si es una cosa natural o no, buena o no, pero se puede decir que la sensación de inmensidad del Salar de Uyuni es abrumadora y liberadora a la vez. Kilómetros y kilómetros y kilómetros de nada. Bueno, de sal, pero para los fines de esta crónica da lo mismo. Precisamente porque es sal, el suelo es completamente plano. En el desierto, la arena se mueve con el viento, formando dunas aquí y allá. En el Salar la arena está ahí, sople viento, llueva o relampaguee. Totalmente plana, totalmente blanca. Si eso no es la nada, entonces es lo más que nos podemos acercar.

De repente, llegamos al hotel de sal. En este punto, lo primero que se te viene a la mente es ¿y porqué está ahí? ¿Porqué no un metro, o un kilómetro más al sur, al norte, al este, al nordeste o al nor-nordeste? Y luego, al ver la banalidad de la pregunta, reconoces que aún no has asimilado en donde estás. Porque esa misma sensación de inmensidad que resulta liberadora, también resulta reveladora de la infinidad del planeta, y de lo insignificante que somos los seres humanos; insignificancia que tendemos a olvidar con demasiada facilidad.

Pedimos al chofer que apague la música, ansiosos de experimentar este mundo mágico en el que nos encontramos sin estímulos artificiales. Un segundo después, nos encontramos escuchando el silencio. El más puro, absoluto e impoluto silencio. Pensar que en ese preciso instante en cualquier ciudad del mundo el bullicio es insoportable te hace darte cuenta del privilegio de estar aquí. A nuestras espaldas, el volcán Thulipa nos observa, seguramente aburrido. “Nos guiamos por las montañas”, nos dice el chofer, antes de que podamos hacer la pregunta evidente. Nos encontramos ahora en una de las orillas del Salar, entrando a un pueblo en donde no hay un sólo ser humano a la vista. “Están todos trabajando”, nos dice el guía, agregando que unas 15 familias habitan el lugar. Una vez a la semana, un bus recorre este y otros pueblitos y cruza el Salar hasta Uyuni, en donde éstas personas compran su comida y demás cosas. Cruzar el Salar, para ellos, es la cosa más normal del planeta.

A medida que se oculta el sol –y baja la temperatura—el Salar ofrece su mejor versión. Un aura rosada, casi fluorescente, empieza a descender sobre el horizonte, dándole un tono celeste –y celestial—a los “hexágonos” naturales que se forman en la sal. El espectáculo es surreal. La inmensidad de la nada, el silencio, los vívidos colores... si el mejor amanecer se ve en Machu Picchu, pensé, el mejor atardecer le pertenece sin duda alguna a este perturbador lugar. Esa noche, me fui a dormir pensando que lo había visto todo, que ni una aparición de la virgen María al estilo Fátima podía superar el atardecer en el Salar. Pero, ay, qué equivocado estaba.

“No debía haber gastado todos mis adjetivos en los apuntes del día anterior”, pensé, al llegar a la isla del Pescado, o Inca Wasi (casa del Inca). Si el Salar mismo raya en lo surreal, esta “isla” es directamente un espejismo, una ilusión, o simplemente un montaje. Cientos de cactus pueblan esta enorme formación rocosa en medio Salar. Entonces, comprendes que el Salar no es un desierto, es un mar. Los paisajes son de fantasía: tener un cactus gigante, una roca, la inmensidad de la sal y las montañas andinas en la misma foto es algo que me niego a aceptar como real. Juro que si se hubiera aparecido Peter Pan y Campanita los hubiera saludado con total normalidad. Además, la brillantez del lugar, que quema en los ojos (venir aquí sin lentes de sol es un suicidio), da un aire como de estar en el cielo. O en el infierno, que no es cuestión de ponerse ideológico.

Todavía anonadados, salíamos del Salar. Ahora, nos adentrábamos en una especie de desierto con montañas, un paraíso de aridez que mi mente, por algún motivo oscuro, asociaría con Afganistán antes que con Bolivia. Pero ahí estábamos. A punta de doble tracción, pasando a toda velocidad por encima de piedras inmensas, intentando seguir los rastros que otros carros habían dejado, los choferes guiándose por las montañas al fondo. La travesía seguiría así hasta el día siguiente, previa parada para pernoctar en lugar que se asemejaba más a un edificio en ruinas que a un hotel. Ese día fue el más extremo. Para completar una travesía de 500 kilómetros –y ya adentrados en la Reserva Nacional Eduardo Avaroa—atravesamos los caminos más difíciles de Bolivia, llegando incluso a perder el tubo de escape por el camino. El ambiente no podía ser más inhóspito: el viento cortaba, el frío era de una intensidad que jamás había experimentado, y la tierra, árida, fría y yerma, parecía gritarte que te largaras de allí, que no eras bienvenido. Pero no había tiempo para reflexionar, pues debíamos recorrer los últimos kilómetros de terreno boliviano para llegar a la frontera, donde tomaríamos el bus de las 10.30 de la mañana hacia San Pedro de Atacama.

Una vez en el bus, caemos rendidos, pero nuestras esperanzas de sueño se ven interrumpidas por una sensación que nuestros cuerpos habían olvidado hace ya un tiempo. Estamos en una carretera. Y no sólo eso, también tiene señales. Por tener, la carretera que lleva hasta San Pedro de Atacama (descendiendo más de 2000m) tiene hasta pistas de emergencia para el que se queda sin frenos. En cuestión de minutos, la diferencia entre Bolivia y Chile te abofetea la cara. Acabamos de pasar del país más pobre al más rico. Del siglo XIX al siglo XXI. En San Pedro, las calles ni siquiera están asfaltadas, pero eso no importa. La sensación de civilización no se puede ignorar. Mientras tomaba la primera ducha caliente en 72 horas, sonreía. Había sobrevivido al Salar, a La Paz, Copacabana, Cusco, Arequipa, Cochabamba... tantos nombres que ya no puedo recordar. Ahora me esperaba el sandboarding, mi reencuentro con pequeños placeres como el Internet, la corriente o el agua caliente, y una travesía de 24 horas hasta Santiago de Chile. Pero eso, como diría Michael Ende, es otra historia, y será contada en otra ocasión.



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Crónicas Sudamericanas, 3ra parte: Viaje al corazón de Machu Picchu
domingo, agosto 22, 2010

Aguas Calientes, 22.Agosto.2010

Cuando el bus se detuvo a eso de las 4.30 am, deseé haber seguido rodando al menos hasta el amanecer. Me preocupaba que la estación de buses de Cusco estuviera cerrada, lo que nos obligaría a esperar a la intemperie a nuestros amigos viajeros que viajaban en un bus programado para llegar a las seis. Mi miedo no era infundado: una semana antes, la estación de Santa Cruz, en Bolivia, me había hecho esperar a la intemperie un bus hacia Cochabamba. Pero Perú no es Bolivia.

Ocho horas antes, Puno me había dejado una impresión leve pero poco tranquilizadora de la diferencia entre los dos países. Ya no te daban facturas cuando usabas el baño, el 'impuesto' por el uso del andén se pegaba al boleto de bus, y el bus que nos llevaría a Cusco eran tan moderno como puede esperarse pero, aún así, realicé el viaje con temor a la gélida espera que, afortunadamente, nunca llegó.

Porque la estación cusqueña no sólo estaba abierta, sino que hervía con actividad. Completada la espera, comprobamos en carne propia otra de las diferencias entre Perú y Bolivia. No habíamos salido de la estación cuando un enjambre de personas ya nos acosaba intentando conseguirnos taxis, habitaciones y tours por los alrededores. En Cusco flota en el ambiente ese aire de que todos se quieren aprovechar del turista, de saber que tendrás que regatear hasta por las botellas de agua. A la larga, resulta exhaustivo y frustrante.

Cusco, no obstante, es una ciudad magnífica. Con sólo ver su Plaza de Armas, sus imponentes iglesias y su arquitectura colonial, es fácil entender porqué Perú era un Virreinato. El turismo aparenta estar bien organizado, y los viajeros están hasta debajo de las piedras. Cusco es, antes que nada, la puerta a Machu Picchu, y todo los viajeros que caminan sus calles y duermen en sus hostales se encuentran ya sea de camino hacia la ciudadela inca o regresando de ella. Si se mira atentamente, dicen los locales, se puede distinguir: los que están de vuelta tienen un brillo distinto en el rostro. Machu Picchu se queda en ti, y no te abandona jamás.

Visitar Machu Picchu no es coser y cantar. La cuestión es que lo bonito no sólo es el lugar, sino el camino. Machu Picchu nunca fue 'descubierta' (o 'invadida', o 'profanada', según se lea la historia) por los españoles, y estuvo 'oculta' hasta principios del siglo pasado, cuando entre un campesino local, Agustín Lizárraga, y el historiador estadounidense Hiram Bingham la dieron a conocer al resto del mundo. Es por eso que el 'Camino Inca' es tan o más importante que las ruinas mismas. Pero hay un problema: el 'Camino Inca' es largo, duro y tortuoso. Consecuentemente, la industria turística cusqueña ha inventado varias alternativas, desde el 'Salkantay' –un 'Camino Inca' más barato y menos largo y duro—hasta el simple y corto viaje en tren a Aguas Calientes, el pueblo que yace a las faldas de Machu Picchu. Nuestras condiciones físicas, económicas y de disponibilidad de tiempo nos hicieron decidirnos por el 'Inca Jungle', un camino de 4 días y 3 noches que incluía descendidas en mountain bike y caminatas exhaustivas.

El viaje inició, con el alba, el martes. Varias horas de subida a lo alto de las montañas sirvieron para quitar cualquier resquicio de sueño o pereza. Dudo que haya paisajes más sobrecogedores en el mundo, y en mi libreta escribí que “ciertamente es lo más hermoso que he visto en mi vida”. Las increíbles montañas, con sus picos nevados, tenían incrustradas en sus faldas zigzagueantes carreteras. Al llegar al punto más alto, comenzamos el descenso en bicicleta, una de las experiencias más emocionantes y extasiantes de mi vida. La velocidad, el paisaje y la sensación del viento en la cara dan una sensación de libertad y placer demasiado difícil de describir.

Con el cansancio que sucede al éxtasis, llegamos a pasar la noche a Santa María, un pueblo olvidado en el medio de la nada, pero con gente amigable y cerveza fría y barata. Al volver al hostal, unos obreros miraban embelesados hacia la montaña. En ella se podía ver claramente los rostros de cuatro indios. Anonadados, reímos con ellos, no sabiendo si soñábamos, alucinábamos o era realidad. Una de esas cosas que hace esta tierra única, un lugar en donde fantasía y realidad se entremezclan de maneras incomprensibles.

Al amanecer, el placer del descenso en bicicleta dio paso a la dureza de las caminatas. Recorrimos unos veinte kilómetros por caminos aterrorizantes, en donde un paso en falso podía ser el último. Los paisajes, sin embargo, eran majestuosos, únicos, demasiado bellos como para no tomar el riesgo. Berny, nuestro guía, nos explicaba los secretos de la civilización inca: sus caminos tallados en la montaña, su red de mensajeros corredores o chasquis y, sobre todo, el enfoque fascinante con el que contruyeron las cosas. Los incas construían pensando en la eternidad y en la naturaleza. Los caminos están construidos de la manera más difícil pero más duradera y todos los árboles fueron dejados en su lugar, aunque estuvieran en mitad del camino.

Orgulloso, Berny proseguía su relato. Nos contó de las ceremonias del 1 de Agosto, el día de la Pachamama (Madre Tierra), en las que participaba con su padre. Durante el ritual, el pequeño Berny sostenía las tres hojas de coca, que simboliza la trilogía inca. Janampacha, el cielo, simboliza a los espíritus y su animal es el cóndor. Qaipacha, la tierra, simboliza las montañas, los rios, las plantas, el tiempo presente, y su animal es el puma. Ujupacha, finalmente, simboliza a los muertos dentro de la tierra, y su animal es la serpiente. Cuando se juntan estas tres hojas, los quechuas realizan con ofrendas un pago a la tierra, agradeciéndole por darles todo. La nostalgia se adivina en los ojos de Berny. “Agradecer a la tierra es importante. Dios perdona, pero la naturaleza no. Éstas tradiciones se están perdiendo, y también el idioma quechua”, dice con los ojos perdidos en los valles de sus antepasados.

Por la noche, en el pueblo de Santa Teresa, los turistas bailan y se emborrachan ante la mirada de los locales. Nadie lo comenta, pero hay una barrera invisible que separa un grupo de otro. Es la barrera que separa al pobre del rico y al indio del blanco. La barrera de desigualdad social que seguirá condenando a Latinoamérica a la segunda fila mundial. Extraña vida la de los guías, pensé, que manejan diariamente grupos de personas inmensamente más ricas que ellos, pero con los que raramente se meclarían ni se mezclarán, excepto para satisfacer la curiosidad del turista.

Horas más tarde, iniciábamos la última caminata, esta vez hasta Aguas Calientes. Entrar caminando a este pueblo es fundamental, ya que el camino discurre por detrás de Machu Picchu y te ayuda a darte cuenta de la magnitud de lo que estás a punto de hacer. Aguas Calientes, por lo demás, es un pueblo sin pena ni gloria. Lleno a rebosar de turistas, con toda clase de tiendas y restaurantes a precios bastante caros. Basta hacer dos preguntas para hallarse frente al mercado, donde los locales comen, y conseguir un plato de comida casera unas seis veces más barato que en los restaurantes turísticos del pueblo.

Luego de una pequeña siesta, a las 3.30 am iniciamos la subida hasta Machu Picchu. Cientos de turistas hacían el tortuoso camino, con cientos de corazones latiendo frenéticamente al mismo tiempo, y todos tratando de normalizar su agitada respiración. El frío se desvanece, y todos sudan profusamente. Al llegar a la cima, a eso de las cinco, la satisfacción se ve borrada por la vista de la kilométrica fila. Es en ese momento que el sudor de la camiseta se comienza a enfriar, haciendo de la hora que resta para abra el sitio y salga el sol un verdadero martirio. Pocos minutos después, logramos el objetivo que nos hizo madrugar: una pareja de guías pasa con una lista apuntando los nombres de los 400 afortunados que subirán a Wayna Picchu ('montaña jóven', en quechua), la montaña que se ve en todas las fotos de “Machu Picchu” (de hecho, el verdadero 'Machu Picchu', o 'montaña vieja', está justo detrás del fotógrafo).

Una vez dentro, cualquier penuria o frustración aparecida durante la subida, la espera, el tour, o la vida misma se desvanece al ver por primera vez esta maravilla del mundo. Los primeros rayos de sol se cuelan por entre las escarpadas montañas, y poco después las bañan con un aura celestial. Grupos y grupos de turistas recorren embelesados los jardines, los templos y las casas, admirando cada piedra de este misterioso y fascinante lugar. Aquí y allá se oyen guías hablando idiomas desde el francés al japonés.

La belleza del lugar es sublime, divina, sobrecogedora, alucinante. El embrujo y la energía positiva –debido a la abundancia de cuarzo, dicen—se pueden palpar. La ciudadela, además, es mucho más grande de lo que uno se puede imaginar. En sus jardines pastan hermosas llamas que interactúan de manera asombrosa con los turistas. Uno no sabe por donde empezar a fotografiar el lugar, ni siquiera si es adecuado fotografiar esta belleza. En Machu Picchu tu mente deja de funcionar con normalidad. ¿Debo ir a la casa del guardían y tomarme la foto clásica? ¿O mejor explorar los rinconcitos? ¿O acostarme en el patio? ¿O jugar con las llamas? Sea lo que sea, el tiempo vuela aquí, y uno baja con esa sensación compleja, mezcla de satisfacción y culpa (por bajar 'demasiado temprano'), pensando en cuando volverá. Seguramente ese es el 'brillo' del que hablan en Cusco.

Aún no está claro qué fue exactamente Machu Picchu. Se cree que iba a ser una ciudad especial (estaba en construcción cuando fue abandonada), en donde residiría una élite astrológica y/o religiosa. Pero su historia, el lugar, la sabiduría y el significado hallados en cada esquina, deja ver que los que contruyeron esta ciudad tenían una conexión con la naturaleza más allá de nuestra comprensión, una naturaleza que cubrió la ciudadela con su manto y quiso que permaneciera intacto hasta la época moderna. Los incas, como la mayoría de los pueblos del Nuevo Mundo, estaban, en muchos aspectos, por detrás de la civilización europea. Pero había algo que ya sabían, algo que nuestro occidentalizado mundo aún no ha aprendido a hacer: vivir en armonía con la Madre Tierra. Cuánto quisiéramos poder traerlos de vuelta para que nos contaran esos secretos que yacen enterrados en ruinas como Machu Picchu. Cóndor, puma y serpiente... quizás es tan sencillo como eso.

posted by RicAngel @ 17:54   0 comments
Crónicas Sudamericanas, 2da parte: El amor en los tiempos del Titicaca
sábado, agosto 14, 2010


Copacabana (Bolivia), 14.Agosto.2010

Hasta ahora, el único problema que le he encontrado al Lago Titicaca es que peruanos y bolivianos no consiguen ponerse de acuerdo en quien se queda con el 'titi' y quien con la 'caca'. Por lo demás, este gigantesco lago, que según la leyenda es un pedazo de mar que quedó atrapado con la formación de la cordillera de Los Andes, posee un embrujo que hace que el viajero se termine enamorando perdida e inevitablemente de él.

Nuestro primer encuentro fue agridulce. Mi inicial deslumbramiento al verlo por primera vez se vió frenado por el caos que acontecía en Tiquina, un estrecho por el que personas y medios de transporte deben cruzar el lago para llegar, 45 minutos después, a Copacabana, trampolín hacia las hermosas islas del Sol y de la Luna. Resulta que el fuerte viento impedía la salida de los ferrys y botes que transportarían –respectivamente—a buses y pasajeros al otro lado. Como era de esperarse, nadie sabía lo que estaba pasando. Los bolivianos cruzarían gratis con los buses mientras que los extranjeros –a los que la única información que se les proporcionó fue un “tienen que bajarse del bus”--cruzarían aparte y pagando. En medio de la confusión, la gente aprovechaba el tiempo para comer una trucha en el comedor cercano, tomar fotografías o jugar con Mauricio, una llama bebé que, ataviada con llamativos colores, caminaba perezosamente por allí.

Una vez comenzado el proceso de cruce, no puedo evitar sonreír: Bolivia es un monumento a la burocracia y la ineficiencia. A lo que ya había visto, que incluía boletos para uso de andenes en las estaciones y facturas por el uso de baños públicos, ahora se sumaba la esperpéntica logística para cruzar el lago. Delante del pequeño puerto donde estaban las lanchas que transportarían a los pasajeros, dos largas filas serpenteaban varios metros hacia atrás. Pero sólo la segunda era de gente que iba a abordar los botes; la primera era para comprar el boleto para montarse al bote, transacción que se llevaba a cabo en una ventanilla a escasos dos metros de las lanchas. Bolivia volvía a rizar el rizo. El porqué a nadie se le ocurrió que se podía comprar el boleto y abordar el bote haciendo la misma fila es un secreto que, junto con la legendaria ciudad perdida, probablemente yace enterrado en el fondo del lago.

Cruzar el Titicaca en Tiquina fue una experiencia terrorífica. El viento, que aún no se ha calmado del todo, hace que la lancha se bambolee de manera dramática. Más de dos veces estuve seguro de que nos íbamos al agua. Alrededor, el panorama es irreal: las aguas están repletas de ferrys con buses y carros, todos bailando en las olas, todos en un caos delicioso y perfecto.

Al llegar al otro lado, las sonrisas se desvanecen. El despelote es total, cientos de pasajeros recorren las calles de Tiquina sin una idea de dónde se encuentra su bus, ni cuando cruzará. “Los pasajeros del bus de las nueve de la mañana”, grita un tipo desde la puerta de un bus, provocando un efecto similar a lo que sucede cuando se agita un avispero. La falta de organización raya en lo sublime, y sería graciosa si olvidáramos por un momento que nuestro bus salió a las 11 de la mañana, y todavía estamos a decenas de kilómetros de Copacabana. Con todo, la espera no sería tan agobiante si no fuera por el polvo. El fuerte viento levanta nubes de tierra que lo cubren todo y se te meten en los ojos. Al poco tiempo, sientes que tu cara, manos y ropa están completamente pegajosos y sucios.

Como si de una señal se tratase, a las 5 p.m llega nuestro bus, el número cinco. Cuando el chófer grita “¡pasajeros del bus cinco!” ya prácticamente todos estamos dentro. La alegría se siente en el bus. Corre el rumor de que el número cinco fue el último en cruzar, y las caras de los que nos ven sonreír aliviados mientras esperan su bus es un verdadero poema.

Minutos después, el Titicaca y yo hicimos las paces. Tres cuartos de hora de sobrecogedores paisajes lograron que, al llegar a Copacabana, mis penas –y seguramente las de todos los pasajeros—hubieran sido enterradas en el olvido. Copacabana, por cierto, es un pueblo alegre y, en su contexto, con mucha vida. Al bajar del autobús, sientes que estás en un lugar importante. Grupos de turistas recorriendo las calles, infinidad de tiendas de artesanías, restaurantes, hostales a internet cafés corroboran la primera impresión. Después de conseguir alojamiento, nos dirigimos a organizar nuestro itinerario para los próximos días. Me acompañan Jennifer y Lucille, dos jóvenes francesas con las que viajaré a la mañana siguiente a la Isla del Sol y con las que, un día después, cruzaré la frontera peruana para ir a Puno y finalmente al Cuzco.

Al día siguiente, sábado, la cosa comenzó mal. Nuevamente el fuerte viento nos impidió salir en lancha hacia la Isla. Pero, por toda su desorganización, Bolivia es un país en donde la palabra 'imposible' no existe. Minutos después teníamos un bus listo para llevarnos, previo pago ‘extra’, a Yampupata, una lengua de tierra desde donde el cruce a la parte norte de la Isla del Sol sería mucho más corto y fácil.

Tristemente, el destino decidió regalarnos uno de los cuatro días anuales de mal tiempo en la isla. El gélido viento te penetraba hasta los huesos y la lluvia iba y venía. Por si fuera poco, la Isla del Sol nos ofrecía un espectáculo un poco desconcertante. Al habitual contraste entre turistas y locales, se sumaba la presencia de una cantidad enorme de jóvenes que viajaron a la isla para asistir a un festival de música electrónica. La nula presencia de autoridad en esta cara de la isla la convierte en un lugar perfecto para fiestas y, cómo no, para el uso libre de drogas. Observar a estos muchachos bailando de manera extraña en la playa ante la mirada enigmática de los lugareños resulta en una escena reveladora: imposible no pensar en el contraste económico, educativo y hasta racial entre los dos grupos. Menos de un kilómetro en dirección opuesta a la fiesta, la pobreza de los pobladores de esta isla poco entiende de Djs y drogas sintéticas. Sus habitantes viven en casas poco protegidas del clima, en donde el agua corriente y la luz eléctrica son bienes preciados y escasos. La mayoría, además, posee cerdos o vacas, y las montañas de excrementos que estos animales producen a menudo se apilan a escasos centímetros de las casas y de donde los niños juegan. El panorama revive en el espíritu esa gran contradicción que define Bolivia: paisajes de belleza abrumadora de la mano de una población escandalosamente pobre.

El clima, por su parte, no daba tregua. El frío y el viento fueron intensos durante todo el día y especialmente luego de la caída del sol, lo que no impidió a los muchachos bailar hasta el siguiente amanecer. Muchos de ellos viajaban, a la mañana siguiente, en el bote de vuelta a Copacabana. No habían dormido, pero se sentían satisfechos por la fiesta. Regresaban a sus hogares con historias y anécdotas, como la del frío intenso que sólo permitió que se celebrara la última de las dos noches planeadas por los organizadores del festival. O como la del niño que, mientras arreaba un par de escuálidas vacas, se quedó mirando a los dos muchachos que guardaban la entrada al festival de manera extraña. El raro encuentro de dos universos que están cerca y a la vez tan lejos.

Todas estas cosas pasaban por mi mente al sentarme en un nuevo bus, éste con destino a la ciudad de Puno, del lado peruano, y obligada parada de camino al Cuzco. Al cruzar la frontera –con un sólo funcionario y una fila inmensa—no puedo evitar reparar nuevamente en la seguridad. Las mochilas, que cruzan dentro del bus, no son revisadas. Atrás queda Bolivia, Copacabana, y la hermosa Isla del Sol, donde aprendí que la cercanía física es una dimensión vacía, y que la belleza natural de ciertos lugares no necesariamente acarrea prosperidad y riqueza para los que en ellos habitan. Acabo de dar mi primer paso en Perú, iniciando un trayecto que me llevará hasta Machu Picchu. Que siga la aventura.


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Crónicas Sudamericanas, 1ra parte: De Sao Paulo a La Paz


La Paz, 25.Julio.2010

Despierto con las primeras luces del amanecer. El bus en el que viajo acaba de entrar en Corumbá, en la frontera de Brasil con Bolivia. Por un segundo, me encuentro completamente desorientado. Veintiún horas atrás, estaba sentado en el mismo asiento, pero el bus recorría las calles de Sao Paulo, dispuesto a adentrarse en el corazón del gigante sudamericano.

En cuestión de minutos, el bus, que llevaba horas en silencio, se volvió un hervidero de actividad. Los niños empezaban a llorar, algunos se desperezaban y otros preparaban su equipaje y documentos para cruzar la frontera. El proceso fue increíblemente rápido. Salvo uno que otro boliviano que recibió una multa por quedarse más del tiempo permitido en Brasil (800 reales, unos 400 dólares, a pagarse si alguna vez vuelven), la mayoría sólo recibimos un sello en el pasaporte y una sonrisa forzada. Al cruzar la frontera, el proceso fue igual. Tuve la impresión de que podía haber estado entrando a Bolivia con kilos de drogas y hubiera recibido las mismas sonrisas forzadas.

Pero nada de lo que había experimentado en mi maratónico viaje ni al cruzar la frontera me había preparado para lo que faltaba. Aún estaba en Puerto Quijarro, e ignoraba que me quedaban más de 30 horas de viaje hasta llegar a mi destino más inmediato: La Paz.

Puerto Quijarro es quizás el pueblo más polvoriento de Bolivia. A falta de más información, asumiré que lo es. Sus calles de tierra, tiendas improvisadas, edificios en ruinas, y una enorme cantidad de perros vagabundos dan la impresión de que se está en un lugar olvidado por Dios, tal vez una especie de terapia de shock para el viajero, que no puede evitar recordar que acaba de entrar en uno de los países más pobres de América. “Sí, esto es Bolivia”, parece gritar todo en el pueblo. Un grito mudo, sí, pero increíblemente poderoso.

Tres horas, un almuerzo y mucho polvo después, estamos listos para partir hacia Santa Cruz. Me acompaña Siderlei, un skater-rapero oriundo de Sao Paulo que conocí en el bus. Siderlei lleva cuatro años viviendo en Lima, hacia donde se dirige, y ha hecho el viaje unas cuantas veces. Por consejo suyo, decidimos tomar el bus en vez del tren (conocido como 'tren de la muerte') por ser más barato y rápido. Además, Siderlei es definitivamente el único negro en Puerto Quijarro, y el único negro que vimos hasta que, emocionados, logramos ver otro en las calles de La Paz.

Pero no nos adelantemos. Apenas abordamos el bus, la diferencia de precio –y estándares—con Brasil nos explota en la cara. Los asientos son incomodísimos, y antes de partir ya tenemos dos o tres personas vendiendo cosas dentro del bus. Los altavoces suenan con música de José Luis Perales, ABBA y Nino Bravo. “He regresado en el tiempo”, pensé, impresión que se vio confirmada cuando, al ser cuestionado por la película prometida con la compra del pasaje, el chofer nos puso una reliquia mexicana de Alejandro Fernández llamada “Tu camino y el mío”. En el parabrisas del bus, un gran letrero rezaba “Del Olvido”. Imposible pensar en algo más apropiado.

Trivialidades aparte, el viaje a Santa Cruz, nada menos que 14 horas, es como meterse en la boca del lobo: la oscuridad total solo se ve eclipsada por el temblar del bus. Siderlei tenía razón, el viaje era más barato, y sin duda llegaríamos más rápido, pero ignoraba(mos) un pequeño detalle: gran parte de la carretera a Santa Cruz no está asfaltada, lo cual me hizo, increíblemente, arrepentirme de no haber viajado en un medio de transporte que lleva la palabra muerte en su nombre.

Después de una gélida llegada a Santa Cruz a las 5:30 a.m, a las ocho arrancábamos rumbo a Cochabamba. La salida, que debía haber tenido lugar a las 6:30, inició una costumbre de impuntualidad boliviana –que bien podría ser panameña—que sufro hasta hoy. Las nueve horas siguientes fueron muy parecidas al viaje anterior: un muchacho con ínfulas de orador intentando vender la 'pomada mágica 7 en 1', una procesión de gente vendiendo cosas que iban desde brochetas de carne hasta pastillas de ying-seng, todo aderezado con el sopor continuo de quien viaja interminables horas en un asiento de bus. Duermes, despiertas, duermes y despiertas de nuevo hasta que realmente no sabes lo que está sucediendo.

La parte realmente fascinante de Bolivia empezó camino de Cochabamba. A medida que subíamos al altiplano, el paisaje iba cambiando de manera increíble. Serpenteando por carreteras aterrorizantes (y con letreros que avisaban de “Zona Geológicamente Inestable” por el camino), fuimos experimentando un hermoso cambio de vegetación. El sol y el azul del cielo se mezclaban con la bruma y la cada vez menos abundante selva. La majestuosidad del paisaje contrastaba, a su vez, con la precariedad de las casas y todo lo relacionado con la actividad humana. Parece que el precio a pagar por habitar estas tierras es la pobreza más abrumadora.

A las dos de la mañana, y luego de un último viaje de ocho horas desde Cochabamba, llegábamos a La Paz. Vista desde arriba, la capital boliviana luce como un enjambre interminable de luces repartidas por las colinas que la rodean. “Deja que la veas de día”, me avisó Siderlei, “es como una favela gigante”. Y nuevamente, el rapero paulista tenía razón. La inmensa mayoría de los edificios de la ciudad están sin pintar, y el color ocre de sus ladrillos desnudos sobre las colinas da la impresión de estar en una versión agrandada de la Rocinha, la favela más grande de Rio de Janeiro. De nuevo, me pregunto si el celoso Illimani, con su hermosa cumbre nevada, evita que la ciudad siquiera se acerque a eclipsarlo en belleza.

Una vez dentro, la palabra es caos. La Paz es, con el permiso de muchas ciudades en la India y África, un monumento al desorden y a la desorganización. El tráfico es una cosa de locos, los buses paran y arrancan donde quieran, y la gente cruza las calles y camina entre los carros como si nada. Los semáforos se pueden contar con los dedos de la mano. A riesgo de que la descripción se asemeje mucho a la Ciudad de Panamá, aseguro que jamás había visto algo así. Un viaje en taxi por La Paz, que combina el despelote de la ciudad con su geografía llena de colinas, es una experiencia emocionante, recomendable a cualquiera que sepa apreciar la sutil belleza que habita en el caos más profundo.

Porque esa es la única manera de descubrir esta hermosa ciudad. Grandes dosis de curiosidad y mucha, mucha paciencia. Para muestra, un botón: intentando ir al Tiwanaku, perdí el bus para el que había comprado boleto porque el chofer decidió partir a las 10:50 en vez de a las 11. Una vez montado en el bus de las 12 (previo pago de un nuevo boleto), me encontré sentado junto a una viejita que viajaba al Desaguadero, en la frontera con Perú, para vender cuchillas de afeitar. Se llamaba Teresa Eva, y durante la hora y media que duró el viaje, la Sra. Teresa, evangélica ella, me ilustró acerca de los problemas de Bolivia y de la condición humana en general. Con ella aprendí, por ejemplo, que el único problema de Evo Morales es que no es “cristiano”; que la Coca-Cola hizo un pacto con el diablo “y Pepsi seguro que también”; que tengo que casarme con una cristiana, porque sino mi suegro “será Satanás”; que debo decirle a mi tía-abuela, que es monja, que se “salga de eso”, porque sino Dios me “reclamará cuando me muera”. Al bajarme en la entrada del Tiwanaku supe que jamás volvería a ver el mundo de la misma manera. Pero no terminaría allí: a la vuelta, estuvimos a punto de chocar contra otro bus. A mi lado, una vez más, viajaba una viejita, que empezó a ahuyentar al espíritu malvado que casi nos hace chocar. Acto seguido, para mi perplejidad, sacó una Biblia y empezó a leer del libro de los Corintios.

Por la noche nos encontramos con las celebraciones del 16 de julio, aniversario de La Paz. Las calles estaban abarrotadas de gente observando las bandas desfilar en la noche paceña. A la vez, y especialmente cerca de la Iglesia de San Francisco, puestos de comida y toda clase de bebidas animaban la fiesta, que seguiría hasta el amanecer.

Los eventos de un sólo día revelan una extraña, mística, fascinante combinación de lo que es La Paz, y Bolivia, quizá el país menos occidentalizado de América Latina, un lugar en donde el choque de trenes que supuso la invasión española produjo heridas que aún están lejos de sanar, en donde se ve con más claridad que nunca la lucha de pueblos ancestrales con un mundo cada vez más globalizado, más uniforme y más aburrido. Bolivia es un antídoto para todo eso. Una bofetada en la cara para el viajero, que se debate cada minuto entre las sensaciones que le produce la pobreza y el caos y las que le producen el carácter único de su gente, sus milenarias tradiciones y el paraíso que les rodea, con el que han vivido en armonía por miles de años.
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Israel, EEUU y Turquía: nada volverá a ser igual
viernes, junio 11, 2010




Amsterdam, 7.Junio.2010

Con la tripulación y pasajeros del Rachel Corrie esperando la deportación, Israel cierra una semana en la que ha provocado la ira mundial. A pesar de que la nave irlandesa fue abordada sin incidentes, la imagen israelí ha sufrido un golpe que quizá termine siendo fatal. George Friedman, director de la agencia de inteligencia STRATFOR, decía que “el asalto por parte de comandos israelíes a una flotilla turca cargando ayuda humanitaria a Gaza supone un punto de inflexión en la relación entre EEUU e Israel”.

Las palabras de Friedman son especialmente significativas. En una sola oración, logró reunir los elementos claves para entender la situación. Las palabras “asalto” y “comandos” recuerdan la desproporcionalidad del incidente, mientras que “ayuda humanitaria” deja claro que es la situación inaceptable de la población de Gaza la que sirve de motor para estos incidentes. Finalmente, las referencias a Israel, EEUU y Turquía establecen los principales actores en el drama que se está desarrollando. La alianza entre estos tres, forjada durante la Guerra Fría, es ya casi historia. Los intereses de cada uno ya no son los mismos y cada uno de ellos, pero especialmente EEUU e Israel, enfrentan ahora decisiones cruciales de cara al futuro.

Israel: jugando con fuego

Pocas personas quisieran estar en este momento en los zapatos de Benjamin Netanyahu. El Estado judío se encuentra atravesando una mala racha, una de esas en las que todo lo que intentas te sale mal. Esta racha ha estado marcada por graves errores en la planeación, ejecución e impacto de sus acciones. Desde la desastrosa guerra de 2006 en Líbano, esta tendencia se ha hecho más y más evidente, como atestiguan la “Operación Plomo Fundido”, el asesinato de Mahmoud al Mabouh en Dubai, las afrentas a EEUU, Europa, Qatar o Brasil, el incidente con el académico estadounidense Noam Chomsky y, finalmente, el asalto al Mavi Marmara. Esta sucesión de errores se ha visto reforzada por una alarmante falta de autocrítica. Hace unos días, tanto Netanyahu como su canciller, Avigdor Lieberman, poco menos que aseguraban que el mundo entero estaba en contra de Israel. El cómo dos políticos de talla mundial hacen declaraciones como esa sin ningún tipo de problemas habla volúmenes de la actual actitud israelí.

Pero, ¿cómo ha llegado Israel a este punto? Para Reva Bhalla, jefa de análisis de STRATFOR, gran parte de las respuestas se encuentran en la incapacidad israelí para adaptarse a las nuevas amenazas. “Grupos como Hizbulá o esta ONG turca saben como explotar las relaciones civiles-militares en la sociedad israelí y el nivel de escrutinio internacional al que Israel se expone cada vez que hay un conflicto. Los rivales de Israel saben que pueden ponerlo en aprietos empleando tácticas de guerrilla, exponiendo un gran número de civiles al fuego israelí y atrayendo la atención de los medios”.

Por otro lado, en Israel nadie parece capaz de analizar la situación y cambiar el rumbo. En todos y cada uno de estos incidentes, la reacción ha sido la misma, usando los mismos argumentos, y reforzando lo que en varios medios se ha bautizado como la “mentalidad de asedio”. Algún analista incluso ha llegado a sugerir que Israel sólo es capaz de funcionar cuando sabe que el mundo está en su contra.

Más allá de esto, lo cierto es que Israel se encuentra en la peor posición internacional de su historia. El asalto al Mavi Marmara ha sido la culminación de una serie de desastres diplomáticos: Turquía, antaño aliado fundamental en la región, está ahora ofendida y enfurecida. EEUU, la piedra angular sobre la que se sostiene todo en Israel, ya estudia un cambio en su actitud hacia el bloqueo de Gaza. Israel, un país que de ninguna manera puede sobrevivir aislado, parece haber sobreestimado su posición. Ahora deberá decidir entre seguir con su agresiva “mentalidad de asedio” o suavizar sus posiciones, con la consecuente imagen de debilidad que esto le acarrearía.

El renacimiento turco

De todos los errores cometidos por Israel recientemente, quizás el más garrafal haya sido el no haber sabido tratar con Turquía. Tradicionalmente, Turquía ha sido un país secular, empeñado en parecerse más a la Europa que tiene a su Oeste que al mundo árabe que yace a su Este. En este contexto, Israel encontró un vital aliado. Turquía, miembro de la OTAN, siempre vio en su relación con Israel una manera de complacer a EEUU y, quizá más importante, a la Unión Europea, el club al que tanto ansiaba entrar.

Pero desde que Recep Tayyip Erdogan y su AKP llegaron al poder en 2003, las cosas han ido cambiando. Turquía ha pasado de ser un paria pseudoeuropeo a una potencia emergente, heredera del Imperio Otomano. Este radical cambio de mentalidad, inspirado en las ideas de su canciller Ahmet Davutoglu y su doctrina de “cero problemas con los vecinos”, ha hecho que Turquía haya dejado de esforzarse por satisfacer a Occidente y empiece a posicionarse como una potencia regional. El distanciamiento de Israel es también parte de la estrategia turca. “Turquía es el actor principal de la región, y está usando eventos como esta crisis para mejorar sus credenciales en el mundo islámico”, apunta Bhalla.

Ankara emerge de esta crisis como el gran ganador. Su complicidad con la flotilla, sea poca o mucha, es innegable, al igual que innegable es el hecho de que el objetivo expreso de la misión era provocar a Israel. Jerusalén, por su parte, sufre las consecuencias de no haber sabido lidiar con el cambio de actitud turco. Ha caído repetidamente en sus 'trampas' y ha reaccionado tarde y mal a ellas. Sea lo que sea que Israel decida hacer, está en una posición de desventaja completa. El gigante turco está despertando poco a poco. Nadie debería extrañarse si dentro de unos años es Bruselas la que le pide a Ankara que se una a la UE.

EEUU: difícil decisión

Hace unos meses, David Petraeus, jefe del Comando Central estadounidense, lo dijo alto y claro: “nuestra relación con Israel es importante, pero no más que las vidas de nuestros soldados”. Y hace sólo unos días, Meir Dagan, jefe del Mossad israelí, aseguró que “Israel está pasando de ser un activo a ser una carga para EEUU”. Ambas declaraciones muestran una dura realidad: los intereses de Israel y EEUU ya no coinciden. Y ya sabemos que, como diría John Foster Dulles, “EEUU no tiene amigos, sino intereses”.

Actualmente, la prioridad estadounidense es salir de Afganistán e Irak. Debido estas guerras, EEUU es un gigante maniatado. Durante estos años, Rusia ha renacido y ahora expande su influencia sobre su periferia. China se encuentra en una situación similar, y países como Corea del Norte o Irán saben que hay poco o nada que EEUU pueda hacerles mientras estén embrollados en estas guerras interminables. “El asunto iraní va más allá del tema nuclear. En el fondo, es una disputa sobre el futuro del balance de poder en Medio Oriente, y EEUU no tiene ningún interés en resolverla de manera militar. Pero mientras EEUU se mueve hacia un rol negociador y trata completar su retirada de Irak, más dependiente se vuelve de Turquía, el único poder regional capaz de trancender la divisón entre árabes y persas y ayudar a llenar el vacío”, opina Bhalla.

Washington debe ahora tomar una decisión. Deberá decidir entre Turquía o Israel. Si sigue con su apoyo ciego a Israel, su imagen se seguirá deteriorando y salir de Irak y Afganistán se hará imposible. Mientras, potencias como China, Rusia e incluso Brasil o la misma Turquía continuarán expandiendo su influencia a nivel mundial. EEUU seguramente tratará de balancear las cosas, pero Turquía en estos momentos es un aliado que Washington no se puede dar el lujo de perder. La alianza que funcionó tan bien por décadas se ha roto. Turquía ya no necesita un guardaespaldas contra los soviéticos, ni una gran amistad con Israel. EEUU, por su parte, necesita a Turquía más que nunca y poco a poco se va dando cuenta de que su actitud con Israel en los últimos 40 años ya no es sostenible. Finalmente, Israel sigue dando bandazos, como un barco a la deriva en el medio de una tormenta. El rechazo a la propuesta de la ONU de una investigación conjunta con EEUU y Turquía del incidente habla por sí solo.


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Uganda and Sudan: victory for the ICC?


Hilversum, 7.June.2010


Uganda’s decision not to invite Sudan’s President Omar al Bashir to the upcoming African Union (AU) summit in Kampala has been celebrated by some and criticised by others.

In an interview just days before the recent International Criminal Court (ICC) summit in Kampala, Chief Prosecutor Luis Moreno-Ocampo was asked how he felt about African member states hosting Al-Bashir, who is wanted by the Court for war crimes in Darfur. Ocampo, smiling, replied with an anecdote:

“The last time I visited Uganda, they had invited Bashir for an African Union summit on refugees. President [Yoweri] Museveni told me I couldn’t understand it because it was ‘a tribal thing’. I told him that I loved the tribal concept, and that I had always thought that me and him [Museveni] belonged to the same tribe, the ICC tribe… in the end, Bashir didn’t travel to Uganda”.

Ocampo must have repeated these words to the Ugandan President when they saw each other last month in Kampala, as the country has decided not to invite Bashir for next month’s African Union summit.
For Dr Richard Barltrop, an expert on Sudanese politics, this decision “is not entirely surprising”, and the reasons go beyond Uganda’s commitment to the ICC.

“Uganda has stronger relations with Southern Sudan than with the central government of Sudan, and it has demonstrated it very recently. For example, President Museveni didn’t go to Khartoum for the reinauguration of President Bashir, but he did go to Juba, the capital of Southern Sudan, for the reinauguration of [President] Salva Kiir Mayardit.”

Sudan is demanding an apology from Uganda and has called on the African Union to move the summit to another venue. A predictable reaction, Barltrop says, and not one Uganda should be too worried about.

“Sudan officials may fulminate a little bit, but they won’t be badly affected by it. The fact is that the Sudanese government has already adapted to life under the arrest warrant for President Bashir.”

Human Rights Watch has said, on the other hand, that the decision is proof that the ICC is gaining strength in Africa. But it’s by no means certain that other African member states will follow suit, according to Barltrop.

“There’s a very small trend in African countries adopting a position of passive and then gradually more explicit support for the ICC, so perhaps Uganda won’t isolate itself and other countries will follow suit, but it’s not going to be a rapid increase in the number.”
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Amnesty: sign up to the ICC
jueves, mayo 27, 2010

Hilversum, 27. May.2010

Despite progress, a justice gap still exists in the world, according to Amnesty International. In its annual assessment of human rights worldwide, released today, Amnesty calls for all countries to sign up to the International Criminal Court (ICC).

Amnesty spokesperson Tom Mackey told RNW that the justice gap manifests itself in the way in which people not only escape criminal justice, but also in a number of other ways that force people to end up staying in poverty or in the discrimination against women.

“We are concerned that far too many perpetrators of crimes against humanity are getting away by not being brought to justice, and that governments are also failing in the implementation of rights such as the right to health, the right to education, and by not providing proper access to justice for people to claim those rights."

A landmark year
But it’s not all bad news, with Amnesty calling 2009 “a landmark year for international justice”.

The report points to the trials of former Latin American leaders like Alberto Fujimori of Peru and Reynaldo Bignone of Argentina. At the same time, it celebrates the first indictment of a sitting head of state [President Omar al Bashir of Sudan] by the ICC.

These developments are signals that no one is above the law, says Mackey. “But of course, we saw misguided reactions from the African Union, who refused to cooperate with the ICC, and also in countries like Sri Lanka, which avoided any scrutiny and any accountability for the final phases of its war against the Tamil Tigers, where both sides committed serious abuses”.

Rome Statute
The report calls on all nations to sign the Rome Statute and become part of the ICC. Seven countries in the G20 have not yet done so, including China and the United States.

“The US used to be very strenuously opposed to the Court, but then they accepted that the ICC should have a role in Sudan. So the prospect of the United States and other countries joining the ICC is not so far-fetched”, Mackey believes.

And there’s another, more immediate way in which Amnesty is pushing governments for action. The organisation is appealing to the world leaders who will be meeting in September to review the Millennium Development Goals ‘’to make sure that these goals turn from political aspirations to legally enforceable rights.”

Hopeful
Looking at the big picture, he believes there are many reasons to be hopeful.

“One hundred and eleven countries have joined the ICC, and we have tribunals for the Former Yugoslavia, Cambodia, Rwanda and Sierra Leone. So there is progress, and we want to pay tribute to the many Human Rights defenders around the world that are part of this fight for justice.”

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Brazil: squaring diplomatic circles

Hilversum, 18.May.2010

As the airwaves continue to fill with news and commentary on Sunday’s Iranian nuclear swap deal, the push for further sanctions against the Islamic Republic appears to have emerged unscathed.

On Tuesday, US Secretary of State Hillary Clinton announced that the permanent members of the UN Security Council (the US, Britain, France, Russia and China) had agreed on a draft resolution against Iran. The draft is now being circulated among the rest of the Council, which includes Turkey and Brazil, the countries that brokered Sunday’s agreement. So far, the move appears to be a rebuff to the much-celebrated nuclear swap deal.

Beating the odds

Regardless of its fate, this agreement has confirmed Brazil’s status as a rising star in international diplomacy. When the country’s president, Luis Inacio ‘Lula’ da Silva, decided to mediate in the Iranian nuclear affair, few took him seriously. Hillary Clinton estimated his chances of success at about 0%, while Russian President Dmitry Medvedev was slightly more optimistic, placing the odds at 33%. In a bold move, Lula said the chances of convincing the Islamic Republic to accept a nuclear fuel swap deal were close to 99%. And like the surprise selection of Brazil to host the 2014 World Cup and the 2016 Olympics, Lula once again beat the odds.

Diplomatic ambitions

Today, nobody dares to underestimate Brazil’s diplomacy anymore. But far from overstretching, Marcel Biato, foreign policy advisor to President Lula, says the Brazilians know their role perfectly well:

“We never intended to introduce a new solution. We don’t have the intention of dominating or having technical solutions for such a complicated issue. What we said is that the agreement that was presented last October had all the technical conditions to move forward, what was needed was to politically ‘square the circle’, so to speak. So what Brazil wanted to do was to find the conditions necessary for mutual trust to give last October’s agreement some political grounding.”

The Brazilians, having squared the circle on Sunday, are now signalling their intention to join, together with Turkey, the group of world powers that are negotiating an end to the standoff on Iran’s nuclear programme, also known as the “Iran Six”. The group is composed of the five permanent members of the U.N. Security Council plus Germany. And this is not the end of Brazil’s ambitions on the world stage; Lula has openly stated in the past his intentions to become a credible mediator in the Palestinian-Israeli conflict.

Lula’s motives

With the world’s attention on them, some people in Brazil debate whether Lula should be busy playing ‘major league’ diplomacy in countries halfway around the world, with insignificant ties to Brazil. Brazilian analysts have pointed at Lula’s personal intentions to explain his bold diplomatic moves. The president, they say, may aspire to become Secretary General of the UN, thus he’s using his country’s diplomatic apparatus to position himself as an international mediator. Lula’s term in office is set to end in a mere seven months and with the presidential campaign in full swing he may have already become a lame duck.

Suspicions aside, it is irrefutable that Brazil has achieved a new prominent position on the international scene. This will bring new possibilities, as was shown on Sunday in Tehran. “It is a demonstration of political will and courage to advance this sour agenda”, said Biato.
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Israel's nukes: much ado about nothing

Hilversum, 11.May.2010

The International Atomic Energy Agency (IAEA) made clear on Tuesday that it does not intend to compare Israel's nuclear program with that of Iran, in reaction to a recent report that Israel's nuclear activities may undergo unprecedented scrutiny next month.

The report was published after a leaked copy of June’s IAEA board meeting’s agenda was obtained by the Associated Press. It erroneously claimed that, for the first time, the issue was to be discussed by the UN’s nuclear watchdog. The AP, however, released a retraction of its report.

“This is not a new issue. Since the 80s the matter has been coming up time and again. The IAEA has always wanted to create a nuclear-weapons-free zone in the Middle East”, said Dr Ephraim Asculai, Senior Research Fellow at the Institute for National Security Studies in Tel Aviv. “And Israel”, he added, “has never been opposed to it. What Israel has said is that the conditions are not ripe”.

Israel’s nuclear ambiguity

Israel is widely believed to possess nuclear weapons. But the country has maintained, since the program was unveiled in 1986, a “nuclear ambiguity” policy. Israel doesn’t deny nor does it acknowledge having a nuclear arsenal. The country is not a party of the Nuclear Non-Proliferation Treaty (NPT), but in the past has acted to make sure that no other countries in the region obtain nuclear arms. In 1981, it bombed the Osirak nuclear reactor in Baghdad, and in 2007 it struck on a similar facility in Syria.

Now, Israel’s focus is on Iran. The Islamic Republic is a member of the NPT, but remains under heavy pressure from the US, the EU and Israel, who believe their uranium enrichment programme is partly aimed at manufacturing weapon’s grade nuclear material.

For the Israeli government, the fact that Iran is a member of the NPT makes the prospect of them acquiring a nuclear weapon a bigger threat. And Dr Asculai agrees: “If Iran becomes a de facto nuclear state, it will probably mean the collapse of the NPT regime”.

But is it not hypocritical of Israel, a country widely recognized to have nuclear weapons, which is not a party to the only treaty that regulates them, to criticize Iran, which doesn’t have nukes and is, indeed, part of the NPT?

“Israel’s program is not unique. In the Middle East-South Asia region there three countries that possess nuclear weapons and are not parties to the NPT”, explains Dr Asculai, “and if Iran is not taken care of, then why should Israel, Pakistan or India join something [the NPT regime] which is failing totally?”.

A nuke-free Middle East?

The latest calls for a nuclear-weapons-free Middle East have come from the month-long NPT review conference, which is currently underway in New York. Several countries including Iran and Egypt have supported the initiative. And today, Syria’s President Bashar al Assad asked Russian President Dmitry Medvedev in Damascus to “help rid the Middle East of nuclear weapons”.

While these calls have widely been interpreted as directed to Israel, Dr Asculai thinks that putting pressure on a nuclear-armed state is pointless. “It’s very difficult if the country is not interested. Look at India for example, not only has it not been forced to join the NPT, but it has been given support to continue its programs.”

For Dr Asculai, politics is what really calls the shots. “Relations between recognized nuclear powers –the US, Britain, France, China and Russia—and nuclear-armed states like India, Pakistan and Israel are more important than talks of disarmament or a nuclear-free Middle East. I think these countries should reach an agreement. Not everybody would like it, but it would be better.”
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Ocampo: Garzón charges not legitimate

Hilversum, 11.May.2010

Luis Moreno Ocampo, chief prosecutor of the International Criminal Court (ICC), has come out in support of beleaguered Spanish judge Baltasar Garzón. He told RNW that he “doesn’t see legitimacy” in Garzón’s indictment for exceeding his authority when investigating crimes committed during the Franco regime that were included in an amnesty.

“I don’t want to make judgments, but I don’t see real charges against him. They’re accusing him of things that don’t look like crimes”, the Argentinean judge told Radio Netherlands Worldwide at his office in The Hague last week.

What he does see, however, is that prosecutors, like Garzón or himself, are always bound to take risks, and that this case “confirms that investigating power is hard”.

“It shows that we, as lawyers, have an enormous responsibility to work to secure these limits”, he added.

If convicted, Garzón could be barred from his duties for up to 20 years. Many international bodies, from newspapers to human rights groups and even the UN, have already voiced their support for the Spanish judge. But the ICC has not yet issued a statement.

“This case is not for the ICC, so officially I can’t say anything”, explained Ocampo, “but of course, it’s a case that I follow very closely, since I’ve known Garzón for more than 20 years. We’ve worked together and I’ve eaten at his house, so I know him pretty well”.

Despite all the controversy about Garzón’s case, the ICC prosecutor has a clear idea of where the Spanish judge would be if it were up to him. “Garzón has all my respect, and I’d love it if he could come help us here.”

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Islamists vie with pirates in Somalia

Hilversum, 4.May.2010

As members of Somali insurgent group Hizbul Islam stormed into the port of Harardhere earlier this week, the local pirates were not the only ones to rush out of the small town. Speculation was almost immediate: two of Somalia’s biggest problems –piracy and militant Islam—had just clashed, and the insurgents got the upper hand.

The initial picture looked something like this: hardline Islamists had taken control of a major pirate haven, and the question was what was going to happen to the ships and hostages held there. The rebels, aware of this, rushed to promise that their goal was to free the Somali coast of pirates.

A different picture
Getting information out of a country like Somalia –with no effective government control since 1991—is a difficult task. What was first reported as a “pirate haven” is now revealed as a minor port of small significance for the pirates, who were holding just three of the 23 hijacked ships in Harardhere. And the treatment that the Islamists would have given the hostages will remain unknown, since the pirates have moved the hijacked ships up north to the port of Hobyo.

The militants say they will liberate any hostages and ships they might find. And Dr Jon Abbink, an expert on Somalia at the African Studies Center in Leiden, thinks that they will probably live up to their words. “If they want to improve their image in Somalia and in front the international community, they will probably release them.”

The militants’ intentions
But the real intentions of Hizbul Islam are still a mystery. As to their claim that they came at the request of the local population, to free the port from piracy, Dr Abbink finds it hard to believe. “Their behaviour is quite ambiguous. Some reports say that they took of control of the port after the local pirates refused to cut a profit-sharing deal with them.”

Last year, Hizbul Islam lost control of the important port of Kismayo to their al-Qaeda-linked opponents al-Shabaab, and some reports speculate that they might have moved into Harardhere just to get a port through which to move supplies. Dr Abbink disagrees, “Harardhere has no port infrastructure and no commercial activity comparable to Mogadishu or Kismayo, so they wouldn’t gain much profit from that”.

Influence on piracy
Reports have also speculated about the security status of the important shipping lanes that run through the Gulf of Aden. But again, Dr Abbink puts things in context: “the ports with major pirate activity are all in the north in the region of Puntland. There’s no militant control in any of these ports, so it’s impossible to know how this would affect pirate activity”.

And what about the UN-backed Transitional Federal Government? “It’s an irony. They are the legitimate government and the only ones who really want to end piracy, but unfortunately they are quite irrelevant, even in Mogadishu.”

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Chaos and hope in Kyrgyzstan

Hilversum, 20.April.2010


Land seizures, clashes and a pervading sense of chaos have revived the Kyrgyz' worst fears. But where some fear civil war, others see an opportunity for democracy.


While ousted Kyrgyz president Kurmanbek Bakiyev is in Belarus, the interim government headed by Roza Otunbayeva is struggling to impose order on the country.

Fresh violence has erupted over disputed land close to the capital, Bishkek. Five people died in the clashes, more than 40 were injured, and the police claim they have arrested 130 rioters. The unrest, in which thousands of ethnic Kyrgyz seized land from Turks and ethnic Russians, suggests that the new government is still not fully in control. Furthermore, the incidents have fuelled fears of ethnic violence in the small Central Asian state.

But, not everyone sees it that way. "Land issues are a big problem in Kyrgyzstan, especially around Bishkek. I don't see ethnic issues being the motivator of the violence. These people are just seeing the opportunity of chaos to seize land," says Pepijn Trapman, a Dutch aid worker with ICCO, an NGO in Bishkek.

What's more important, Mr Trapman believes, is the current chaos and uncertainty in the country. "The minister of internal affairs, for example, has been replaced three times in the last 24 hours. The police officers and the army are demonstrating because they don't agree with the interim government, which appoints the minister. There's no governmental structure whatsoever, each ministry is appointing their own people."

The wild south
And then there's the situation in the south, where the government currently has no effective control. Supporters of Bakiyev, who seized power during the 2005 'Tulip Revolution', have been gathering to protest and distribute leaflets calling for the ousted president's return. While there hasn't been any significant violence, the situation has sparked fears of a civil war in the country, which hosts both US and Russian military bases.

"The question [of a civil war] is in everybody's minds, but I prefer to be more optimistic. I see everyone here looking for a way out, and everybody knows that a civil war is not a way to solve anything," says an optimistic Mr Trapman.

But the challenge of avoiding civil war and setting up an effective government is certainly a big one for a country with little experience with democracy. "This country has endured 70 years of [the] Soviet Union and then five more with Bakiyev, so this is a huge opportunity for the new government to guide Kyrgyzstan through a process of democracy."
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“En 40 años, el mundo entero va a ser parte de esta Corte”: Entrevista a Luis Moreno Ocampo

La Haya, Mayo.23.2010


Una francesa que trabaja conmigo me dice 'pero fiscal, nuestro trabajo es muy duro, tengo que convencer a la gente todo el tiempo de lo que hacemos. Me recuerda a una novela en donde la protagonista es una señora que vive en una isla en Indochina. La isla está siempre atacada por el Océano Pacífico, y la señora se la pasa el día poniendo bolsas de arena para que la isla no sea comida por el mar. Yo me siento como esa señora'. Y yo le dije 'estás equivocada. Nosotros somos el Pacífico. Los que nos quieren parar ponen las bolsas de arena'”.

Si la idea de una Corte Penal Internacional (CPI) es como el Océano Pacífico, avanzando inexorablemente sobre la pequeña isla en la que moran los escépticos, entonces Luis Moreno Ocampo, su Fiscal Jefe, se encuentra a la vanguardia de las olas. El argentino, con aire de cansancio y barba de varios días, recibió a La Estrella en su espaciosa oficina en el piso 11 del imponente edificio de la CPI en La Haya. Siete años después de ser nombrado Fiscal de la Corte –y con dos más de gestión por delante--, Ocampo puede mirar al pasado satisfecho: “En 2003 esta corte no existía. Había una comisión para investigar crimenes masivos creada hace más de 30 años y apoyada por 71 Estados, ¡y nunca tuvo ningún caso! Existía la posibilidad de que nunca lográramos tener un caso. Lo pusimos en movimiento y estamos funcionando. En siete años nos ganamos un espacio internacional y somos un referente”.

A día de hoy, la CPI ha iniciado investigaciones en cinco casos: Uganda, la República Democrática del Congo (RDC), la República Centroafricana, Darfur (Sudán) y Kenya. Y es aquí donde los críticos aprovechan para poner el dedo en la llaga. ¿Es que la CPI sólo tiene autoridad en África? Pero el fiscal ni se inmuta: “estoy orgulloso de mis casos en África. Los casos estan en África porque las víctimas están en África, y no hay justicia para ellos, y mi deber es estar ahí. Nadie tiene derecho a matarlos, africanos o no africanos”.

Ocampo debe haber escuchado esta pregunta mil veces. Sin embargo, la pasión con la que responde llama la atención. Pero para él no es ningún misterio. De hecho, se reduce a algo muy sencillo: “si yo fuera sueco no estaría acá. Latinoamérica me dio la visión de entender la importancia de establecer la ley para manejar crímenes masivos. Y justamente, yo voy a África y entiendo lo que pasa, porque Sudamérica es como un puente entre dos mundos”. Para Ocampo, América Latina tiene un rol clave en el establecimiento y funcionamiento de la Corte, “ahora sólo tenemos problemas en Colombia. En el resto del continente no tenemos crímenes masivos. Hace 30 años todo Sudamérica los sufría, en ese sentido es un enorme progreso. En África los crímenes masivos todavía ocurren hoy, y por eso es el lugar donde tenemos que trabajar. Por eso Sudamérica tiene un rol importante, pues entiende los problemas y no los sufre”.

En este marco, es imposible pensar en una persona más idónea para ocupar el cargo que él. Nacido en Buenos Aires en 1952, Luis Moreno Ocampo decidió dedicarse al derecho porque “la Argentina que era un país que tenia golpes de Estado y me parecía interesante estudiar como habia que organizar el país”. Su carrera transcurrió con un aire de normalidad hasta que en 1984 le ofrecieron ser el fiscal adjunto en el Juicio a las Juntas. Para Ocampo, que nunca había trabajado de fiscal, las cosas nunca volvería a ser iguales. “Empecé con un caso grande”, recuerda, haciendo hincapié en la magnitud de la responsabilidad que se le estaba otorgando. “Yo siempre pensé que el juicio de las juntas iba a ser el caso más importante de mi vida... siempre pensé que en mi vida lo más importante lo había hecho con 32 años”.

Precisamente por eso, una vez finalizado el juicio, hizo, en sus propias palabras, lo que se le vino en gana. “Trabajé para empresas, para víctimas, fui profesor de Harvard e hice el programa de televisión”. Pero nada de lo que estaba haciendo lo iba a preparar para lo que le esperaba al amanecer del siglo XXI. “Pasó que me llaman por telefono para decirme que mi nombre había sido sugerido entre los candidatos [para fiscal de la CPI], que era el primero, pero que no sabían si yo quería el cargo. En ese momento me estaba yendo a Harvard como profesor visitante, y me parecía fantástico, pero ser fiscal de la Corte me parecía algo soñado. Estaba bien ir a reuniones, pero no me iban a nombrar. Y bueno, un buen día me nombraron, y lo de Harvard ya no era nada. Yo nunca ni había soñado este cargo”.

Y así, Luis Ocampo, el fiscal que de jóven había perseguido a los hombres más poderosos de su país, el que pensaba que lo había hecho todo con 32 años, se encontraba a los 50 pidiendo permiso para entrar en la Historia. La recién establecida Corte Penal Internacional, apoyada por más de 100 países, lo tendría nada menos que a él como su primer fiscal.

Sus primeros días en La Haya fueron duros. “Llegué acá con mi familia, estuvieron mes y medio, y se regresaron a Argentina pues como yo viajo mucho igual iban a estar solos en Holanda”. El reto que tenía ante sí transcendía de largo sus deberes como fiscal: había venido “a construir una institución para los siglos”. “Yo tenía una oficina vacía, cinco pisos vacíos, dos personas trabajando... tenía que montar la oficina y comenzar las investigaciones. Fue un proceso doloroso, pero afortunadamente ya se hizo”.

Hoy, Moreno Ocampo ya se ha hecho un hueco en la historia. La CPI ya inspira respeto y esperanza, como certifica la reacción del pueblo keniano al inicio de las investigaciones en ese país. Pero quizá el reto más grande, la verdadera prueba del algodón, ha sido el caso de Omar al Bashir, presidente de Sudán. Cuando Ocampo emitió una orden de arresto contra él en 2008, se levantó una polémica que dura hasta hoy. Las críticas le llovieron desde todos los rincones. Muchos pensaban que era una imprudencia emitir una orden de arresto contra un jefe de Estado en funciones. Otros decían que los cargos eran insuficientes y que el caso era muy pequeño. “Es normal en mi cargo generar polémica. Por ejemplo, Carla del Ponte presentó un caso enorme contra Milosevic. Se murió Milosevic, y la criticaron porque no había reducido el caso. Mi política es hacer casos muy pequeños, ¡y la misma gente que criticó a Carla por hacer casos muy grandes me critica a mí por hacer casos muy pequeños! Es así, y está bien, un fiscal sabe que va a ser criticado, y un fiscal que enfrenta al poder aún más”.

Desde entonces, si bien Bashir sigue sentado en su palacio presidencial en Jartún, ya empieza a sentir a Ocampo respirándole en la nuca. Según el Estatuto de Roma, que estableció la Corte, todo país miembro de la CPI (Sudán no lo es, y el caso de Darfur le fue referido a Ocampo por el Consejo de Seguridad de la ONU) está en obligación de arrestar al presidente sudanés en cuanto pise su territorio. “Ya no va a cualquier lado. Sudáfrica le avisó que si iba a la ceremonia de [el presidente Jacob] Zuma lo iba a arrestar. Luego Uganda lo invitó. Y yo estuve con el presidente de Uganda, y él me dijo 'usted, fiscal, no lo va a entender, porque es una cuestión tribal. Al final del día Bashir es de mi tribu'. Y yo le dije 'pero presidente, a mí me encanta el concepto tribal. De hecho, yo siempre pensé que usted y yo somos de la misma tribu. De la tribu de la Corte Penal Internacional'. Y Bashir no viajo a Uganda... la tribu está creciendo”, dice con una sonrisa.

El caso Darfur es uno de los muchos desafíos a los que se enfrenta la CPI. Pero cada vez que siente el pesimismo, el fiscal se apresura a poner las cosas en contexto. “El Estado nacional tardó ocho siglos para establecer un sistema de justicia, desde la Carta Magna hasta los juicios penales de hoy en día. Con la CPI hemos exportado al sistema global una idea que tardó ochocientos años en desarrollarse. Es un paso gigantesco. Vos pensá, la idea de una paz permanente solamente existe desde hace dos siglos y todavía hay que implementarla, pues fracasó brutalmente en el siglo XX. Si la paz permanente es una idea nueva, usar la ley para lograrla es una idea de ayer”.

La idea de una corte global apoyada por gente de todo el mundo es una idea revolucionaria. Es increíble que se haya concretado, y sólo se pudo concretar en el momento en que se concretó. No podía ser antes de que acabara la Guerra Fría, ni después del 11-S. Una de mis asistentes, que tiene 25 años, me decía, 'pero fiscal, como dice usted que es un paso gigantesco la CPI, si cuando yo estaba en la Universidad ya estaba en los libros'... para la gente jóven es normal, pero para la gente de mi generación, una idea de una corte que no fuera nacional es absurda y genera muchos conflictos”.

En la actualidad, 149 Estados han firmado el Estatuto de Roma. De esos, 111 –en su mayoría países latinoamericanos, europeos y del África subsahariana-- lo han ratificado y son miembros de la Corte. Los restantes 38 no lo han hecho aún. Ninguna de las grandes potencias –EEUU, Rusia, China o India—han mostrado intenciones de unirse al club. Mirando a Ocampo a la cara, enfrentado su optimismo, cuesta hacerle la pregunta. Sin el apoyo de las grandes potencias, ¿qué futuro tiene esta Corte? El fiscal vuelve a sonreír. Su fé en la CPI parece inquebrantable. “Yo creo que en 40 años el mundo va a ser parte de esto. El agua nunca avanza antes de tiempo, sólo cuando hay espacio. El Pacifico va a seguir avanzando, no hay dudas. En 40 años supongo que casi todos los Estados van a ser parte de la corte. Porque sino, no hay otra manera de convivir”.

Por lo pronto, los últimos días del mes verán a los Estados miembros reunirse en Kampala, Uganda, para revisar el estatuto y debatir la inclusión de nuevos crímenes –entre ellos el de narcotráfico—dentro de la jurisdicción de la Corte, que se limita a genocidio, crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y guerras de agresión. Para Ocampo, la reunión representa mucho más, “lo importante es que es una celebración del éxito de la idea. Es una celebración de que está funcionando. Esto funciona mucho mas allá de cualquier expectativa. El Oceano Pacifico avanza...”


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