Panamá, 28.Abril.2009
En su libro El cercano Oriente, que narra la historia de la región Mesopotámica desde el 8,500 a.C hasta 1968, Isaac Asimov nos ofrece un vivo relato de crueldad, discriminación, batallas, conquistas y masacres. Asimov –considerado uno de los tres escritores más grandes de ciencia ficción pero también un reconocido historiador y divulgador científico--, sin embargo, hace una excepción con un personaje: Alejandro Magno. Al contar el retorno del conquistador macedonio a Babilonia –y su casi inmediata muerte-- en el 323 a.C., el escritor ruso-estadounidense reflexiona: “su sueño era el de gobernar sobre un género humano unido. Trató de imponer una especie de hermandad entre los hombres. Hizo que los macedonios tomases esposas persas y el mismo adoptó los modos de vestir y la conducta de los persas. (...) Hasta proyectaba el transplante de poblaciones”. Para Asimov, Alejandro era un visionario, un adelantado a su tiempo que “había de fracasar en su ataque a la dureza del corazón del hombre”. Los macedonios –como todos los 'conquistadores' y 'vencedores' anteriores y posteriores a ellos-- “ignoraban el hecho de que ser amo era sencillamente invitar a los sometidos a tratar de ser amos algún día, siguiendo así eternamente esta lamentable farsa”. Al momento de escribir esas palabras, casi 23 siglos después de la muerte de Alejandro, la “farsa” de Asimov seguía más viva que nunca. Estados Unidos estaba en Vietnam. Un año antes, Israel había vencido a los ejércitos árabes en la Guerra de los Seis Días. La estela de la muerte, discriminación y dominio del vencedor sobre el vencido perturbó a Alejandro, perturbó a Asimov, y sigue perturbando al mundo en estos momentos. Un capricho del destino quiso que la semana pasada tuviera lugar una sucesión de eventos que pusieron de relieve distintos episodios de racismo, discriminación, genocidio y guerra. En Ginebra, la ONU celebró su segunda conferencia sobre el Racismo, apodada “Durban II”, y cuyo objetivo era revisar los avances realizados desde la última conferencia llevada a cabo en esa ciudad sudafricana en 2001. A mitad de semana, los judíos conmemoraron el aniversario del Holocausto, que coincidió este año con el aniversario del nacimiento de Adolf Hitler. El jueves, la “comunidad internacional” se reunió para recaudar fondos para ayudar a Somalia, país sin Gobierno desde 1991. El viernes, Armenia recordó a los 1,5 millones de personas que murieron a manos de los turcos otomanos en la Primera Guerra Mundial A su vez, en Sri Lanka, la guerra más larga de Asia –con un marcado tono étnico-- parecía aproximarse a su fin. No es para nada inoportuno recordar que, en esos mismos días hace 15 años, los machetes hutus en Ruanda estaban dejando unos 10,000 tutsis muertos por día y en los Balcanes el mundo presenciaba, desde hace ya un par de años, cómo los ex yugoslavos se mataban entre ellos. Estos eventos, analizados detenidamente, ofrecen una triste pero real visión de lo que es hoy nuestro mundo y de lo poco –o mucho—que el género humano ha avanzado hacia el sueño de Alejandro, de Gandhi o de Martin Luther King. En la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, Barack Obama dijo que su presencia allí era la prueba de que Estados Unidos había “cambiado”. Casi al mismo tiempo, su país anunciaba el boicot a la conferencia sobre el racismo de la ONU debido a su “tono antisionista y antiisraelí”. Varios países “occidentales”le siguieron (Australia, Alemania, Canadá, Italia, Holanda, Nueva Zelanda y Polonia). Sobra decir que Israel tampoco participó. Estados Unidos e Israel ya se habían retirado anticipadamente de la conferencia de Durban. El motivo por todos conocido era la intención de muchos países de incluir referencias directas (y condenas) a la ocupación de los territorios palestinos –y el trato a los que en ellos habitan-- por parte de Israel y de incluir el sionismo como una forma de racismo. Esta vez, Estados Unidos aceptó –después de haberse negado-- a participar en las negociaciones preliminares para la conferencia. En ellas, exigió que se eliminaran las referencias hacia Israel en el documento que declaraba las metas de la conferencia, lo cual le fue concedido. Pero no se detuvo allí. El gigante norteamericano exigió la eliminación de el llamado a compensaciones para los afroamericanos. Insistió en que la descripción del tráfico transatlántico de esclavos como un “crimen contra la humanidad” también fuera removida. El documento, sin embargo, en su versión final incluyó una dura condena a Israel por su trato a los palestinos. Esa fue la gota que derramó el vaso de Washington.
La actitud norteamericana –y de los países “occidentales” e Israel—dejó para muchos algo claro: el mundo “occidental” y alguna vez colonial, no está preparado para enfrentar sus propios fantasmas. Estados Unidos, un país que en su capital acoge un museo del Holocausto judío pero que nunca ha encontrado el valor para reconocer y enfrentar su rol en la esclavitud y el –por muchos considerado genocidio-- exterminio de los nativos americanos, perpetúa una cruel amnesia histórica. Por ello, no es casualidad que nunca hayan participado completamente en ninguna conferencia de esta naturaleza (1978, 1983, 2001 y 2009), en las que el mundo colonial se enfrenta al colonizado en una posición de total igualdad. Israel, el supuesto agravado de la conferencia, logró por momentos salir reforzado de la polémica cuando, al inaugurar la conferencia, las desafortunadas palabras del único jefe de Estado asistente a la cumbre, el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad –quien calificó a Israel de Estado racista y dijo que el Holocausto había sido la “excusa” para la creación del Estado Judío-- provocaron la retirada de decenas de delegados de la sala. Sus palabras dieron la vuelta al mundo, provocando rabiosos editoriales e intervenciones de expertos que reivindicaban la “perversidad” de la República Islámica. Al día siguiente, en declaraciones que ya no resonaron tanto, el viceprimer ministro israelí dijo que Irán era como la Alemania nazi y el presidente de la Knesset (parlamento israelí), dijo que “el nuevo Hitler lleva barba y habla persa”. No está claro si ambos saben que en Irán reside la comunidad judía más grande de Oriente Medio (20.000 miembros), que cuenta con un escaño en el Parlamento y, entre otras cosas, tres sinagogas y tres escuelas. Los judíos de Irán, inclusive, no concuerdan con el Estado que dice hablar por ellos: “el boicoteo de algunos delegados nos ha parecido una ofensa hacia el pueblo iraní”, manifestó Cimmak Morsadegh, el representante judío en el Parlamento de Teherán, al diario español El País. Lo cierto es que, para muchos, la actitud israelí ante el foro de Ginebra, lejos de ensalzarlo, lo priva de una dosis más que necesaria de autocrítica y reconciliación. La manera como los árabes-israelíes (20% de la población) son tratados como ciudadanos de segunda clase, y la brutalidad y crueldad mostradas durante el último ataque en Gaza, opina el veterano periodista Martin Jacques en la revista británica New Statesman, “son un testimonio elocuente del racismo endémico en Israel”. “ Es irónico”, opina Jacques, “que un pueblo que ha sufrido el racismo a una escala tan enorme muestren la misma actitud hacia los palestinos y sus vecinos. Es un ejemplo de que las personas no necesariamente aprenden de sus errores”. Israel, irónicamente, es uno de los países que no reconoce el llamado genocidio armenio. Cuestionado sobre el tema, el académico Norman Finkelstein le dijo a La Estrella que era “por deferencia política con Turquía”, país que, si bien reconoce la muerte de muchos cristianos armenios durante la Segunda Guerra mundial, se rehusa a usar la palabra “genocidio”. Lo irónico del caso es que existen indicios que sugieren que Hitler pudo haber estado motivado por la falta de justicia y reconocimiento de este crimen para llevar a cabo el genocidio nazi. El académico argentino Martín Lozada, en su pequeño libro Sobre el genocidio: el crimen fundamental, sugiere que dicha experiencia “debió haberlo convencido de que la destrucción de un determinado grupo o nación, sin importar los medios utilizados, tiene altas probabilidades de ser aceptada”. Más alla de la necesidad israelí de mantener buenas relaciones con Turquía –que pertenece a la OTAN, cuyo espacio aéreo es vital para Israel y que ha servido de mediador en el conflicto con Siria—no deja de ser una cruel ironía que el Estado judío reproduzca la actitud que inspiró al Führer alemán . El reciente aniversario del genocidio armenio sacó también las primeras chispas entre dos aliados. Como es tradición, el presidente de Estados Unidos emitió un comunicado conmemorando la fecha, y no logró contentar a ninguno de los dos bandos. Obama, que durante su campaña presidencial se había referido en su propio website al hecho como “genocidio” --en lo que ha terminado siendo una desafortunada promesa electoral para los armenio-estadounidenses--, prefirió no usar la palabra prohibida y se limitó a llamarlo “atrocidad”. Al día siguiente, Ankara expresaba su irritación al considerar “inaceptables” las palabras del presidente. Pero no todo es furia, ya que solo días antes ambos países –que ya han mantenido incipientes contactos diplomáticos-- habían anunciado un plan para normalizar relaciones. Pero quizás no haya racismo más fuerte que aquel que no se denuncia y que muere en el olvido. El hecho de que, por primera vez, los países poderosos se reunieran para destinar fondos para reconstruir el Estado somalí, llama poderosamente la atención en este sentido. Somalia, cuyo gobierno colapsó en 1991, ha estado por largos años olvidada. Sus costas han sido utilizadas para verter desechos tóxicos y sus recursos marinos robados. Han tenido que ser los piratas, al poner en peligro las vidas y los bienes occidentales, los que han devuelto a Somalia y su situación a los titulares, y ahora, casi veinte años después, es que el mundo decide que hay que ayudar. Otros episodios atroces como lo ocurrido en el llamado Estado Libre del Congo (1885-1908), la finca personal del Rey Leopoldo II de Bélgica en la que murieron unos 5 millones de congoleños y en donde le cortaban las manos a los que no cumplían la cuota de caucho o el auténtico primer genocidio del siglo XX, la masacre de los pueblos Herero y Namaqua a manos de los alemanes en la actual Namibia (1904-1907), son dolorosos recordatorios de que ni siquiera en el dolor los seres humanos son iguales. Un dato demoledor: existe solo un estudio académico (King Leopold's Ghost de Adam Hochschild) sobre lo ocurrido en el Estado Libre del Congo. La cifra estimada de estudios acerca del Holocausto nazi es de 10,000. Otros hechos acontecidos esta semana y este mes pusieron de relieve algunos otros aspectos de la historia colonial y las profundas heridas que aún siguen abiertas. Las políticas de “divide y vencerás” practicadas por algunos colonizadores europeos jugaron papeles determinantes en desastres como el genocidio ruandés o la guerra que aún sigue en Sri Lanka. En ambos países, tanto tutsis como tamiles fueron favorecidos por los colonizadores, en detrimento de las mayorías étnica del país: hutus en el caso de ruanda y cingaleses en Sri Lanka, desembocando en guerras, miseria, masacres y humillaciones que a día de hoy parecen no tener remedio. Las profundas heridas abiertas por el racismo y la discriminación aún siguen muy abiertas en el mundo. Si bien es cierto que todas las razas y etnias experimentan el racismo, su daño ha dependido críticamente del poder económico y militar que posee el que lo practica. Las palabras del presidente iraní –con las que se puede estar de acuerdo o no-- solo sirvieron de excusa. Para los medios, sirvieron para no tener que hacer una profunda reflexión de lo que de verdad se puso de relieve, que es un mundo triste y profundamente dividido en estos asuntos. Para Estados Unidos, Israel y los países europeos, estas palabras sirvieron para no enfrentar los fantasmas de los abusos coloniales (y actuales), las matanzas, la esclavitud y las atrocidades cometidas a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, para las víctimas del pasado –los familiares de los masacrados, los descendientes de los esclavos, los representantes de las minorías exterminadas-- y del presente –los palestinos en Israel y en los territorios ocupados, los presos en Guantánamo, Bagram y las cárceles de la CIA, los tamiles en Sri Lanka, los aborígenes australianos, los tibetanos o uigures en China, la casi totalidad de la población del África subsahariana y tantos, tantos otros--, sirvieron solo para confirmar que el infierno que viven día a día tiene pocos visos de terminar. |