Panamá, 25.marzo.2009
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se prepara para celebrar su 60 aniversario la próxima semana en las ciudades gemelas de Estrasburgo (Francia) y Kehl (Alemania). Durante dos días, los jefes de Estado y de gobierno de los 26 países miembros tratarán los asuntos más urgentes en la agenda actual de la alianza militar. La catarsis tendrá lugar en la mañana del 4 de abril –el último día—cuando los 26 líderes crucen a pie, de Kehl hacia Estrasburgo, La Pasarela, el puente sobre el río Rin que une ambas ciudades. Una vez en el lado francés, los líderes nacionales posarán para la típica 'foto de familia' de cada cumbre. A pesar de la densa agenda de la cumbre –que será revelada a última hora--, probablemente ninguno de los líderes –ni en Kehl ni Estrasburgo—se preguntará porqué está allí. Y es que, seis décadas después, la OTAN atraviesa una crisis de identidad a la que algunos intentan restar importancia, pero cuya existencia pocos se atreven a negar.
La OTAN nació en 1949 como una alianza militar entre Estados Unidos, Canadá y los países de Europa Occidental (Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia, Inglaterra, Portugal, Italia, Noruega, Dinamarca e Islandia) para una defensa conjunta ante la amenaza del bloque soviético y lo que más tarde (1955) se convertiría –paradójicamente a manera de respuesta a la OTAN—en el Pacto de Varsovia. El primer secretario general de la OTAN, el general británico Lord Ismay, simplificó de manera admirable la misión de la Alianza al decir que la misma era la de “mantener a los estadounidenses dentro, a los rusos fuera y a los alemanes abajo”. Hoy, casi dos décadas después de la desaparición de la amenaza que la hizo nacer, la membresía de la OTAN se ha expandido hasta la frontera rusa –los últimos en entrar fueron, en 2004, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia—y sus operaciones llegan ya –con la invasión a Afganistán- hasta las fronteras de Pakistán.
Las dudas existenciales de la OTAN vienen, sin embargo, de lejos. Ya en 1966 el presidente francés Charles de Gaulle tomó la decisión de abandonar el comando militar integrado de la OTAN, en protesta –entre otras cosas-- por el dominio casi absoluto de Estados Unidos sobre el mismo. Este dominio no parece haber cambiado en las cuatro décadas que han transcurrido desde entonces, y la última prueba de ello fue la tensión creada por la Guerra del Cáucaso de agosto de 2008, en la que una de las cuestiónes de fondo fue la intención –principalmente estadounidense—de incluir a Georgia y Ucrania en la alianza militar, algo que para Rusia es inaceptable porque las considera parte de su esfera de influencia.
El beso francés
En la cumbre de Estrasburgo y Kehl se celebrará, además del aniversario de la Alianza, la decisión del presidente francés, Nicolas Sarkozy, de que su país regrese, como el hijo pródigo, al mando integrado de la OTAN. Para el gobernante francés, este retorno afianzará la influencia francesa en la toma de decisiones de una alianza que nunca abandonó, y a la que ha contribuído de manera importante. El problema con ese argumento es que no parece existir ninguna señal que indique que la falta de influencia francesa que exasperó a De Gaulle vaya a cambiar. De hecho, el predecesor de Sarkozy, Jacques Chirac, estaba preparado para reintegrar a Francia al comando integrado, con la condición de obtener a cambio algo sustancial, como el Comando Mediterráneo de la OTAN. Washington se negó rotundamente.
En vez de eso, Sarkozy se conforma con migajas: la asignación de altos oficiales franceses a un comando en Portugal y en alguna base de entrenamiento en Estados Unidos. “Nada fue negociado. Dos o tres oficiales franceses más subordinados a oficiales estadounidenses no cambia nada”, opinó el ex canciller francés Hubert Védrine en un coloquio reciente sobre Francia y la OTAN.
Sin embargo, las preguntas han empezado a aparecer en Francia (dos ex primeros ministros, Alain Juppé y Dominique de Villepin, ya han mostrado su preocupación) y alrededor del mundo. Si el fundador de la Quinta República francesa abandonó el mando integrado cuando el Pacto de Varsovia estaba más vivo que nunca, ¿por qué –o con qué futuras guerras en mente—debe Francia revertir esa decisión ahora? Algunos han sugerido que la reciente expansión de la Unión Europea (EU) hacie el este ha cambiado el balance de poder en Europa y ha enterrado el proyecto francés de una defensa europea independiente de la OTAN. Más aún, muchos especialistas creen que países como Polonia y los Estados Bálticos no aceptarían de ninguna manera un proyecto de defensa europeo que no estuviera ligado a Estados Unidos o la OTAN. La muerte de este proyecto podría haber convencido al Gobierno francés de volver al comando de la OTAN e intentar asegurar oportunidades para su industria armamentística –la más grande de Europa occidental—que necesita mercados de exportación.
Alguno ha llegado incluso a ver animosidad personal en el asunto. En 2003, y después de haber seguido a EEUU a la Guerra del Golfo y a Yugoslavia (cuyo aniversario del bombardeo se celebró ayer), Francia ejerció efectivamente su independencia de la OTAN al negarse a participar en la invasión a Irak, decisión que muchos creen ayudó a Alemania y Bélgica a tomar posiciones similares. El 14 de febrero de 2003, a sólo días de la entrada de las tropas en Irak, Dominique de Villepin –entonces canciller—recibió una ovación de pie en el Consejo de Seguridad de la ONU tras dar un discurso en el que dio prioridad al desarme y la paz. El discurso dio la vuelta al mundo y se hizo inmensamente popular, aumentando el prestigio de Francia, principalmente en el mundo árabe. De vuelta en París, la pública enemistad entre Sarkozy y Villepin ha hecho a muchos sospechar que el retorno de Sarkozy es un acto de venganza personal.
¿El imperio contra el mundo?
Pero el verdadero efecto de esta decisión va mucho más allá. Si la negativa francesa de ir a Irak dio la impresión -o la ilusión- que el pensamiento independiente aún era posible, la vuelta del 'hijo pródigo' al comando de la Alianza ya levanta miedos alrededor del mundo: el “imperio” cierra filas, lo cual, con la crisis económica actual, adquiere para muchos un carácter dantesco.
La idea no es tan descabellada. La OTAN agrupa el 70% del gasto militar en el mundo. Sin embargo, la mayoría de los miembros de la ONU no pertenece ni a la OTAN ni a la UE, e incluso seis miembros de la UE (Austria, Chipre, Finlandia, Irlanda, Malta y Suecia) no pertenecen a la OTAN. Pero los roles de las tres estructuras siguen confundiéndose más y más, lo que da como resultado la idea generalizada de que la futura defensa colectiva europea pasa exclusivamente por la OTAN, una alianza que no ha dudado en desplegar fuerzas en misiones civiles y militares mucho más allá de la antigua cortina de hierro.
Por ende, no es de extrañar que este “gesto de unidad occidental” en aras de la “seguridad” haga que el resto del mundo se sienta inseguro. La OTAN crece y crece, y cada día rodea un poco más a Rusia con bases militares y sistemas antimisiles. A su vez, Rusia y China aumentan cada vez más su cooperación militar. La OTAN parece negarse a aprender la lección de que la búsqueda de enemigos crea enemigos.
Algo de esa paranoia por la seguridad se hará evidente en Kehl y Estrasburgo la próxima semana. Los residentes de estas ciudades tendrán que solicitar placas especiales para entrar y salir de sus casas durante el evento. En momentos cruciales, ni siquiera les será permitido abandonar sus hogares, excepto para emergencias, y el transporte urbano cesará. En la foto familiar, los 26 líderes de la mayor alianza militar del planeta sonreirán mientras los residentes locales estarán encerrados en sus casas. Quizás esa sea la metáfora definitiva de lo que es hoy la OTAN.Etiquetas: De Gaulle, Estrasburgo, Irak, Kehl, OTAN, Sarkozy |