Panamá, 18.Noviembre.2008
A lo largo de toda la campaña presidencial de EEUU, observé con curiosidad y asombro el abismo existente entre lo que he dado en llamar el Obama “ideal” y el Obama “real”. Confieso que en momentos puntuales, como el de su discurso de aceptación, me dejé llevar por la emoción y abrazé la ilusión de que Obama es lo que el mundo necesita, de que él va a acabar con todas las atrocidades cometidas durante los ocho años de Gobierno de Bush y Dick “el diablo” Cheney. Admito que Obama hizo una extraordinaria campaña. Admito que tiene un carisma casi irresistible y es uno de los mejores oradores de su generación. Admito que ha logrado de manera brillante atraer –y conservar—a una gran cantidad de activistas a su causa. Sin comprometerse absolutamente a nada (ni siquiera asistió a la cumbre del G-20), Obama fue el candidato de los ecologistas, de los pacifistas y de gran parte de la alienada izquierda estadounidense. Pero, ¿existe algún motivo para creer que Obama va a cambiar realmente algo? ¿Ha dicho o hecho algo el ahora presidente electo que pueda llevar a pensar que va a retirar las tropas de Irak y Afganistán, terminar la pseudo guerra fría con Rusia, acabar con el apoyo ciego a las brutales políticas de Israel en Palestina y el Medio Oriente, aclarar las cosas con Irán o levantar el embargo a Cuba? La realidad, lastimosamente, es que Obama no sólo no ha dicho o hecho nada que presagie que estas cosas van a cambiar, sino que en dos semanas ya ha enviado señales más que significativas para predecir que el cambio tendrá que esperar. En una decisión más propia de otro Barak –Ehud--, Obama nombró a Rahm Emanuel como su jefe de Gabinete. Emanuel es un ex ciudadano israelí y su padre fue miembro del grupo sionista (y terrorista) Irgún, responsable, entre otras cosas, del bombardeo en 1946 del hotel Rey David en Jerusalén y de la masacre de Deir Yassin en 1948, en la que más de 100 campesinos palestinos fueron asesinados. Si 1948 les suena muy lejos, lean la entrevista que el mencionado sujeto concedió al diario israelí Ma'ariv, en las que dejo aunténticas perlas como: “¿Por qué no va a influenciar mi hijo a Obama a favor de Israel? ¿Qué es él, un árabe? No va a limpiar los pisos en la Casa Blanca”. En el mundo árabe, por supuesto, la noticia cayó como una patada en el hígado. El diario Middle East Times tituló “Obama empieza con el pie equivocado” y calificó la decisión de “decepcionante”. A pesar de que Emanuel Jr. tuvo que disculparse por las declaraciones de su padre, todo indica que el “cambio” para los árabes duró aproximadamente 48 horas. Excelente manera de empezar. En Rusia, sin embargo, aún mantienen las esperanzas. Al día siguiente del triunfo de Obama, el Gobierno ruso anunció el despliegue de misiles tácticos en Kaliningrado si EEUU proseguía con los planes de montar un sistema antimisiles en Europa del Este, dejándole de esta manera la primera cáscara de plátano para el presidente electo. Obama, lejos de honrar el “cambio” y anunciar el final del proyecto, aseguró tres días después al presidente polaco Lech Kaczynski que “el escudo antimisiles seguiría adelante, a pesar de las amenazas de Rusia”(AFP). A pesar de que luego se apresuró a desmentirlo en boca de uno de sus asesores, Obama no se ha pronunciado al respecto, lo que ha provocado que el presidente ruso Medvédev lo haya invitado a dialogar cuanto antes acerca del tema, según reportó el sábado la agencia AP. En Irán el cambio también se ve distante. A pesar de que la Agencia Internacional de Energía Atómica declaró en febrero que el esfuerzo nuclear de Irán era completamente legítimo --e incluso alabó su cooperación--, y a la espera de un nuevo reporte que su director Mohammed El Baradei presentará esta semana, las felicitaciones de Mamud Ahmadinejad a Obama y sus –aparentemente-- buenas intenciones han caído en saco roto. Obama, como si de una versión negra de Bush se tratara, declaró recientemente que “el esfuerzo iraní de construir un arma nuclear es inaceptable”. No existe ninguna evidencia de que Irán --que por haber firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear (algo que Israel, que posee más de 400 armas nucleares, no ha hecho) tiene derecho a enriquecer uranio-- esté buscando construir un arma nuclear. Si bien Obama está dispuesto a utilizar la diplomacia con Ahmadinejad, su actitud hacia el tema iraní no difiere de la de su predecesor y ciertamente dista mucho del “cambio” que prometió. Mientras muchos aún celebran la elección del Obama ideal, el Obama real ya ha empezado a dejar detalles de lo que será su administración. El analista político James Carville suele decir que “las campañas son el momento de apuñalar a tus enemigos, pero las transiciones son el momento de apuñalar a tus amigos”. Pero, ¿ha apuñalado Obama a alguien? Para ser honestos, al presidente electo no se le puede culpar. Habiendo seguido las elecciones día a día y habiendo escrito abundantemente sobre el tema, puedo decir que, más allá de un vago compromiso de retirar las tropas de Irak (para mandarlas a Afganistán) y la casi obligatoria promesa de cerrar la cárcel (que no la base militar) de Guantánamo, Obama no ha dicho absolutamente nada que indique que va a haber ningún cambio: Rusia seguirá siendo un imperio maligno (Obama y McCain dixit), Irán seguirá desviviéndose por fabricar un arma nuclear para inmediatamente borrar a Israel del mapa (sin importarle que Israel tenga suficientes armas nucleares para destruir el mundo entero), los palestinos seguirán viviendo como animales enjaulados en Gaza y Cisjordania, las bombas seguirán cayendo sobre las bodas afganas, y las más de 700 bases militares estadounidenses por el mundo seguirán representando los valores de un país amante de la libertad y la democracia. Como dijo recientemente Michael Moore: “esperemos que Obama rompa todas sus promesas electorales”.
Pero la culpa es nuestra, pues olvidamos demasiado rápido que los grandes cambios siempre vienen de abajo, cuando la gente se organiza. Perdemos de vista que todos los logros humanos, desde la abolición de la esclavitud hasta el voto femenino han sido conquistados por movimientos populares, y no por líderes de descendencia exótica y verbo florido. No reparamos en que los Gandhis, Luther Kings o Mandelas de este mundo no necesitaron de campañas millonarias pero sí de infinidad de rostros anónimos detrás de ellos para lograr las cosas que lograron. Gente que no pasará a la historia pero cuya importancia es igual o mayor que la de esos líderes. Mientras sigamos olvidándonos de eso, mientras sigamos votando al “menos malo”, mientras sigamos intentando encontrar “cambio” dentro del sistema, en fin, mientras no entendamos que los intereses populares antagonizan por naturaleza con los intereses del poder establecido, seguiremos estrellándonos con los Obamas de turno. |