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Obama y la Flor de Loto
sábado, diciembre 27, 2008
Panamá, 12.Agosto.2008

En la tradición Hindú, la Flor de Loto ha sido desde siempre un objeto divino cargado de simbolismo. Naturalmente, simboliza la belleza, pero el crecimiento de sus pétalos invoca la expansión del alma. Y por encima de todo, sus orígenes producen el significado más bonito de cuantos tiene. El loto crece en los lagos: sus raíces se encuentran en el fondo mientras que florece por encima del agua. Es por eso que representa una promesa espiritual: del fondo del lago más turbio puede nacer la flor más preciosa, y sus pétalos permanecer intactos de las sucias aguas del lago.


Por algún motivo, Barack Obama me hace pensar en la Flor de Loto. Difícilmente puedo imaginar un lago más turbio, sucio y contaminado que Estados Unidos bajo el mandato del dúo dinámico Bush-Cheney. Y yo, idealista, romántico sin esperanzas, muero por creer que el Príncipe de Chicago represente ese Loto que florezca encima de este desastre.

El efecto Obama está enamorando al mundo. Durante su estancia en Berlín, una atractiva reportera alemana fue enviada por el diario Bild al hotel Ritz-Carlton de manera encubierta para seguir al candidato mientras se ejercitaba en el gimnasio. La reportera escribió en el tabloide: “Me estaba poniendo caliente, y no precisamente con el ejercicio, qué hombre!” En esa visita, Obama dio un discurso y reunió a 200,000 personas. Sobra decir que ha sido el acto más multitudinario organizado por cualquier candidato en el mundo este año. Entre las cosas mencionadas, Obama dijo que “el peligro más grande de todos es permitir que nuevos muros [en alusión al Muro de Berlín] nos separen. Los muros entre los antiguos aliados de ambos lados del Atlántico no pueden permanecer en pie. Los muros entre los países ricos y los pobres no pueden permanecer en pie. Los muros entre las razas, tribus, nativos e inmigrantes, Cristianos y Musulmanes y Judíos, no pueden permanecer en pie. Ahora estos son los muros que debemos derribar.”

No seré yo quien niegue que son cosas muy bonitas y esperanzadoras, más aún si son dichas frente a 200,000 personas en Berlín, pero no veo absolutamente ningún “cambio”. No veo nada que lo diferencie, que lo haga especial. Si Obama se tomara en serio lo del “cambio verdadero”, como su slogan predica, le hubiera bastado con pronunciar esas mismas palabras en Israel o Palestina. Hablar de sociedades divididas y muros en Berlín es alegórico, muy bonito. Pero ese discurso lo pudo haber firmado cualquier candidato a presidente, incluido George Bush. Lo que se necesita es un cambio de verdad, el mundo quiere escuchar hablar de unidad entre judíos y musulmanes y de derribar muros en el lugar donde estas cosas están sucediendo, no en un sitio seguro como Alemania. Sin embargo, la ecuación de Obama quedó clara en su visita a la región: 45 minutos en Ramallah y 24 horas en Israel, en donde como mucho se limitó a decir que los asentamientos no son “beneficiosos para la paz”. Demostrando cuanto les importa, los israelíes anunciaron nuevas construcciones 24 horas después de su partida.

Y es que Obama se siente muy cómodo dando esperanzas por un lado pero quitándolas por otro. Se ha convertido en un maestro de la ambigüedad. Desde que lograra la nominación Democrática, al vencer en unas titánicas primarias a Hillary “el-mundo-me-debe-algo-y-un-hombre-no-me-va-a-volver-a-humillar” Clinton, el nuevo wunderkind ha dado un giro hacia el centro que, para algunos no es más que una estrategia electoral (tratar de estar bien con Dios y con el Diablo) y para otros una gran –aunque para nada sorprendente—decepción. No le vendría mal a Barack recordar los resultados que le produjeron a Gore y Kerry el dar por ganado el voto de los liberales y radicales en las anteriores elecciones. De seguir esta tendencia en las posiciones de Obama, quizás Ralph Nader vuelva a jugar un papel clave en las próximas elecciones.

Probablemente el reto de mayor importancia para la política exterior de los Estados Unidos es el conflicto entre Israel y Palestina. Todos los que, por declaraciones anteriores, veíamos a Obama como pro-Palestino, observamos con decepción como un par de días después de vencer a Hillary se reunía con el AIPAC (American Israeli Public Affairs Commitee), el lobby israelí más poderoso e influyente en los Estados Unidos, y en un desafortunado discurso dejaba “joyas” como esta: “Jerusalén debe permanecer siendo la capital indivisa de Israel”. Estas declaraciones, sacadas del álbum de los recuerdos del Sionismo más virulento, le partieron el alma a los Palestinos, y a cualquiera que tuviera un poquito de esperanza de que Obama daría grandes pasos a la resolución del conflicto: la cuestión de Jerusalén ha echado por tierra negociaciones en el pasado, y esta misma semana la autoridad palestina rechazó un plan propuesto por Olmert, al que calificó como “inaceptable”, “falto de seriedad” y de “pérdida de tiempo” entre otras cosas, por no dar a Jerusalén como capital del Estado Palestino. El bueno de Barack debería saber que jamás habrá paz si Jerusalén permanece siendo “la capital eterna e indivisa de Israel”. Obama prosiguió: “La seguridad de Israel es una de las prioridades de Estados Unidos y es innegociable”. Me pregunto maliciosamente, a pesar de saber la respuesta, ¿Y la seguridad de los palestinos qué? ¿Qué ha hecho Israel para ser tan prioritaria?

Cuando se reunió con los inmigrantes cubanos en Miami, Obama, que había mostrado abiertamente su disposición a conversar con Raúl Castro y levantar el embargo, cambió su discurso y dijo que lo haría con la condición de que los miembros de la comunidad de exiliados, ferozmente opuestos al régimen cubano, tuvieran “sitio en la mesa de negociaciones”. Con esta condición, es extremadamente difícil que el gobierno cubano acceda a iniciar ningún tipo de contacto diplomático. Obama dijo que la liberación de prisioneros políticos sería uno de los temas principales, pero, para los exiliados, los prisioneros políticos no son solo los que se opusieron al régimen, sino también aquellos que aceptaron financiamiento del gobierno americano para derrocarlo. Entiendo que el voto de la comunidad cubana es importante en la lucha por la Casa Blanca, y los demócratas nunca la han tenido fácil con los exiliados cubanos, pero la tendencia de Obama a la ambigüedad es preocupante.

En lo que concierne a las dos guerras en las que se encuentra inmerso el ejército norteamericano, Obama se tomó la molestia de escribir un artículo en el New York Times, que tituló “Mi plan para Irak”. En él, asevera que “fue un error distraernos de la lucha contra Al Qaeda y el Talibán al invadir un país que no suponía ninguna amenaza y no tenía nada que ver con el 11-S”. Continua diciendo que “podemos retirar nuestras brigadas de combate a un ritmo que nos permitiría estar fuera en 16 meses. Luego de esto, una fuerza residual llevará a cabo misiones limitadas”. La idea de Obama, al menos a priori, de retirar las tropas en Irak, y reconocer que fue un error haberse metido allí, es ciertamente esperanzadora, pero de ninguna manera significa el fin del militarismo, el fin de las agresiones y el asesinato de civiles en un país extranjero. Obama dice que “terminar esa guerra [Irak] es esencial para poder cumplir nuestros objetivos estratégicos, empezando con Afganistán y Pakistán. Como presidente, empezaré por proporcionar al menos 2 brigadas de combate adicionales para apoyar nuestro esfuerzo en Afganistán. Necesitamos más tropas, más helicópteros y más inteligencia para lograr nuestro objetivo allí.” Eso es. No hace falta ayuda humanitaria, reparar la infraestructura y largarse de Afganistán de una vez. No, para nada, lo que hace falta es más militares, más ocupación, más humillación. Mover las tropas de una guerra que fue “un error” a otra que es un “objetivo estratégico”. Esa es la idea de paz de Barack Obama.

Todas estas cosas adquieren sentido al mirar la lista de asesores de Obama en política internacional. Entre ellos, sobresalen Dennis Ross, antiguo miembro del AIPAC (sí, el mismo AIPAC que Obama aduló en Junio), y el hombre que no pudo hacer funcionar los acuerdos de Oslo. Por si fuera poco, está Madeleine Albright, tristemente recordada por haber dicho, como embajadora norteamericana ante la ONU, que el precio de medio millón de niños muertos en Irak debido a las sanciones impuestas por los Estados Unidos “valía la pena”. No está claro qué cambio pretende lograr Obama con personajes como éstos.

La lista de cosas que me hacen sospechar de “The One” (como lo llaman burlonamente en el equipo de McCain) está lejos de terminar. Algunas de ellas inclusive hablan de su motivación, de su ego y de sus principios. Perseguido por la propaganda de que era musulmán, primero por Hillary y ahora por McCain, Obama desilusionó a millones de musulmanes al saberse que miembros de su staff no permitieron que dos mujeres musulmanas se sentaran detrás suyo en un mitin en Detroit, en sitios donde serían visibles por televisión. Obama también prohibió a todo su equipo vestir de verde durante su gira por el Medio Oriente. También fue muy comentada la manera como se desmarcó de las declaraciones del Reverendo Jeremiah Wright, en lo que para muchos supuso un movimiento político acertado pero un desprecio hacia una de las figuras clave en su carrera.

Los hechos se empeñan en demostrar que Obama, con su irresistible encanto, elegantes ademanes y exquisita retórica, no es más que una continuación suavizada de las políticas actuales del gobierno estadounidense. Obama, según el candidato independiente Ralph Nader, es claramente un “candidato corporativo”. A mí personalmente me desilusiona mucho su tendencia a perder grandes oportunidades (como en su visita a Medio Oriente), de no saber terminar los asuntos (como las primarias contra Hillary), de siempre jugar a lo seguro (como en Berlín), y de no atreverse a poner toda la carne en el asador, cuando el pueblo de Estados Unidos y el mundo entero pide a gritos un líder que diga alto y claro que los últimos ocho años han sido desastrosos en todos los aspectos. Obama, con sus actos, se ha encargado de mostrar realmente que tipo de persona es, y permite adivinar cual será la línea de su gobierno de ser elegido. Sus palabras y actos están allí para todo el que los quiera ver. Pero, sin embargo, algo debe tener ese “negrito” cuando reúne a tanta gente para verlo, cuando le da esperanza a tanta gente que ansía ver a una persona de color presidir la nación más poderosa del mundo.

Obama es diferente. Eso no se puede negar. Ha llegado en un momento clave, cuando la imagen de los Estados Unidos no puede ser peor, cuando se han librado dos guerras de agresión sin sentido en las que nadie sabe porque están aún allí. Y la gente está respondiendo, dentro y fuera de los Estados Unidos, a lo que Obama representa, al cambio que quieren ver. El único problema, es que hasta ahora el “cambio” en la mente de Obama no parece ser el cambio que todos ansían. Quizás el meollo del asunto es que deseamos un cambio tan desesperadamente que no vemos que Obama no nos lo está ofreciendo, sino todo lo contrario. Existe una gran posibilidad que Obama sea simplemente la proyección de nuestras fantasías de paz y de un mundo un poco mas justo, en definitiva la flor de loto que queremos ver nacer en el pútrido lago neoconservador de Bush y Cheney.

Uno de los libros de Obama lleva el título “La audacia de la esperanza”. ¿Será una audacia tenerle esperanza a él?
posted by RicAngel @ 23:40  
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